Grecia
España necesita estabilidad por Francisco Marhuenda
Nadie ha quedado al margen de las reformas y los recortes porque para salir de la crisis es necesario pedir sacrificios a todos. La alternativa no es provocar algaradas y huelgas generales, que sólo provocarían la indeseable comparación con Grecia.
Hace unos años nadie imaginaba que sería necesario exigir enormes sacrificios a la sociedad española. Estamos inmersos en la crisis económica más grave desde la posguerra. Unos años que muchos no conocimos, porque el desarrollismo nos permitió olvidar la miseria que se vivió en España después de la Guerra Civil. Desde los sesenta, somos una sociedad, con todos los matices que se quiera, que no está acostumbrada a los sacrificios colectivos. Era impensable. Desde la Transición hasta el inicio de la actual crisis, vivíamos en un mundo feliz. La economía crecía, la democracia es algo tan común que también nos cuesta recordar la ausencia de derechos políticos y libertades públicas y éramos uno de los ocho o diez países más desarrollados del mundo. Una presencia internacional muy potente e incluso el sueño de entrar en el G-8. Hoy, que somos una nación postrada en una depresión general, parece que no recordamos que colectivamente fuimos capaces de dejar de ser la excepción europea para convertirnos en un modelo de referencia en muchos campos.
Ahora corremos un riesgo cierto y objetivo. Rajoy se ha visto obligado a pedir importantes sacrificios de los que nadie ha quedado excluido. Es muy duro pero imprescindible. Ningún gobernante camina con paso firme al desgaste si no tiene otra alternativa. Las medidas aprobadas por el Gobierno tienen la virtud, dicho irónicamente, de que enfadan a todos. Desde trabajadores a empresarios, pasando por parados y jubilados. Nadie queda al margen de las reformas y los recortes. España es un país en el que históricamente las reformas siempre se hacen tarde. Es como si lleváramos el reloj permanentemente atrasado. Ahora es el momento de acabar con esta tendencia para situarnos en el justo lugar que nos merecemos por nuestras capacidades, historia y voluntad colectiva. La política en minúsculas debe dar paso a la política en mayúsculas, que es aquella en la que el gobernante elige el recto camino sin importarle las consecuencias para él y su partido. No es fácil, pero los grandes momentos de nuestra historia, también de la Unión Europea y de los países de nuestro entorno, se han hecho con estadistas de firmes convicciones.
España ha perdido el crédito y la credibilidad. Es tan terrible como real. Nuestro acceso a los mercados de financiación exteriores está cerrado y el sistema ha entrado en un proceso de colapso que si no se corrige nos llevará inexorablemente a la necesidad de solicitar la intervención. Por ello, como sociedad deberíamos ser conscientes de esta situación y entender que los sacrificios que se nos piden son el único camino para superar la crisis. Los que critican los recortes y las reformas no ofrecen una alternativa creíble para los mercados internacionales. Si no nos dan crédito y la prima de riesgo no se reduce a unos límites asumibles, me pregunto cómo esperan que rompamos el nudo gordiano. Las algaradas callejeras, el ataque a los políticos y las huelgas generales nada resuelven salvo complicar la salida de la crisis. Los que nos tienen que ayudar se han mostrado satisfechos con unas reformas que, por cierto, nos sitúan en los parámetros de los países más desarrollados de la UE.
Es cierto que la crisis no es exclusiva de España, pero aquí es donde con mayor dureza golpea y pone de manifiesto nuestra fragilidad. La radicalización de las protestas no hará otra cosa que provocar la terrible comparación con Grecia y perjudicará gravemente nuestra primera industria: el turismo. No sé si el sentido común se impondrá o la sociedad se verá agitada por los demagogos que no tienen alternativas creíbles, más allá de buscar pequeños y efímeros réditos electorales.
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