«El skylab»: Un domingo en el campo

El cine de Jean Renoir respondía a una filosofía de vida, la de que todos tenemos nuestras razones, que podría aplicarse al retrato de familia tumultuosa que Julie Delpy ha esbozado en «El Skylab», y que en manos más sensibles podría recordarnos a «Una partida de campo» o «El almuerzo sobre la hierba». El lema de Renoir podría aplicarse aquí si la actriz y cineasta francesa se hubiera esforzado en definir a sus personajes más allá de lo que encarnan como arquetipos dentro de una dinámica de grupo, que es lo que realmente le interesa, el bullicio de la interacción. No hay individuos sino generaciones, y cada una representa el tiempo que le ha tocado vivir: las matriarcas, Bernadette Lafont y Emmanuelle Riva, son iconos de la «Nouvelle Vague» que sobrevivieron a las guerras de la primera mitad del siglo XX; el resto de invitados son hijos del sesentayochismo, por exceso o por defecto; y los niños y adolescentes pasan por los ritos iniciáticos de rigor.

La película utiliza la caída del «Skylab», en el verano de 1979, como metáfora: ni el más espectacular y potencialmente apocalíptico de los eventos históricos es capaz de cambiar nuestras vidas. Todo es relevante e irrelevante a la vez, una violenta discusión de sobremesa se transforma de inmediato en una broma que nos reconcilia, bailar pegados no significa amarse para siempre. La vida fluye, caprichosa y frívola, entre los súbitos chaparrones y los tórridos rayos de sol. La superficialidad de «El Skylab» está tan asumida por su propio concepto, es una película tan humilde en sus pretensiones, que resulta inevitable que caiga simpática.