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España no es la Selección (IV) por César Vidal

La Razón
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Una de las diferencias más notables que he apreciado entre la Selección española y nuestra asendereada nación es el objetivo. La Selección desea ganar. Así de claro. Se tratará de una copa o de otra, de un trofeo o de otro, pero su finalidad es triunfar. Lamento decir que ese objetivo de conseguir que España gane brilla por su ausencia. De entrada, los nacionalistas catalanes y vascos persiguen exactamente todo lo contrario. A decir verdad, tan sólo ansían que España se hunda en el descrédito y en el fracaso para poder avanzar en sus canijas ambiciones. La manera en que reaccionan al respecto pertenece a eso que mi madre denominaba las «venganzas pobres». Lo mismo niegan a los contribuyentes una pantalla para ver los partidos de fútbol que se dedican a insultar a España pasando por alto la parte esencial que representan en su ruina. Es como si entre los jugadores dirigidos por Del Bosque hubiera tres o cuatro que, por sistema, entregaran el balón al adversario para, acto seguido, poner de chupa de dómine a sus compañeros y encima pretender cobrar más. Pero los nacionalistas no son los únicos culpables. La izquierda tiene no poca responsabilidad en el actual desastre. En lugar de buscar la grandeza de España, se ha dedicado a llevar a cabo la formación de clientelas que mantuvieran las riendas del control en sus manos. Es como si los delanteros hubieran decidido no meter un solo gol, pero, para seguir en el equipo, hubieran decidido defender a las limpiadoras que dejan sucios los vestuarios, a los acomodadores que no saben encontrar una localidad o a los iluminadores que sumen el estadio en la oscuridad. Bien no han hecho ninguno, pero sí han logrado que sectores enteros de holgazanes y parásitos los vean como sus más seguros valedores. Por añadidura, esa izquierda ha decidido convertir en imposible la vida de los mejores jugadores. Finalmente, una parte de la derecha –no toda, por desgracia– es el único sector de la política que tiene una idea de lo que significa el progreso de esta nación y de lo que implica meter goles, pero los complejos y las malas costumbres aprendidas invalidan no pocas veces esa visión más acertada. Es como si decidieran que –siguiendo el ejemplo de antes– hay que mantener a los empleados haraganes para que no les llamen «fascistas» o hay que ocultar la labor de zapa de los que, desde dentro, socavan la acción del equipo para que no los tilden de «centralistas». Al final, ciertos segmentos de la vida española no tienen el menor interés en ganar sino, más bien, en obtener otros beneficios aunque impliquen una derrota más escandalosa que la sufrida por Italia ante España. Naturalmente, si los que tienen que jugar persiguiendo la victoria, se dedican a otras ocupaciones… ¿cómo va a ganar esta nación?