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«Enigma»: la máquina que marcó dos guerras

«Enigma»: la máquina que marcó dos guerras
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TOLEDO- Ignacio de la Torre coloca sobre una mesa varias cajas antiguas. Lo hace con guantes y con sumo cuidado, consciente de que sus manos están manipulando una pieza histórica, fundamental en el trascurso de la Segunda Guerra Mundial. Es uno de los responsables del departamento de conservación del Museo del Ejército y trae consigo cuatro máquinas «Enigma», cuya función era la de encriptar –y desencriptar– la información que se enviaba entre los diferentes frentes de la Alemania nazi. Y las coloca con tanto mimo porque al día siguiente el director de la agencia británica de espionaje de las telecomunicaciones, Iain Lobban, visitará Toledo para llevarse dos de esas encriptadoras en las que Reino Unido estaba muy interesado.

Aunque parecen meras máquinas de escribir, se hicieron famosas –y casi vitales– en la citada contienda, aunque también en la Guerra Civil española. Su origen se remonta a la Alemania de 1923. En un primer momento estas máquinas tenían un uso más comercial y se empleaban para evitar el espionaje industrial. Pero pronto se las vio como una herramienta imprescindible para enviar información cifrada casi inviolable y fueron evolucionando, llegando a quedar bajo control alemán y retirándose del mercado comercial.

Por este motivo, en 1931 el Ejecutivo español, a través del ministerio de Asuntos Exteriores, solicita a su embajada en Berlín la adquisición de varias máquinas para uso diplomático y militar, pero la entrega se retrasó hasta finales de 1936. A partir de ahí fueron un elemento clave de transmisión de datos para las tropas nacionales. ¿Por qué? Porque permitían cientos de miles de posibilidades diferentes a la hora de cifrar los mensajes. Eso las que Hitler vendió a España, porque las más avanzadas elevaban todavía más las combinaciones posibles.

Y son estas españolas, las del modelo K, las que hasta el pasado año 2008 estaban ocultas en un almacén del Palacio de Buenavista, actual sede del cuartel general del Ejército. «Se llegaron a confundir con máquinas de escribir, sin darles el valor que realmente tenían. Básicamente, se redescubrieron», comenta Ignacio de la Torre, quien explica, además, las principales diferencias entre las que recibió España y las que usaba Hitler.

La nuestra, «la comercial, sólo tenía tres rotores y un reflector que permitía unas 450.000 posibilidades diferentes en las combinaciones», mientras que las más avanzadas, como «la naval, tenían cuatro rotores más el cableado, lo que permitía, según como estuvieran dispuestos, muchas más combinaciones, billones. Era prácticamente indescifrable», comenta. Y para complicarlo todo aún más, las claves y el orden de los rotores se cambiaban a diario.

Pero las tropas británicas lograron «romperla» (descodificarla) y eso les permitió no sólo adelantarse a los pasos de los alemanes, sino también salvar vidas, lo que les convirtió en auténticos héroes. Pero si bien salvó vidas el descifrarla, su uso durante la Segunda Guerra Mundial, dicen, causó más muertes que la bomba atómica.

 

Intercambio de patrimonio
70 años después, España ha cedido dos «Enigma» a Reino Unido a cambio de otros dos modelos, una que se encontraba en un submarino alemán y otra que fue usada por los aliados en el desembarco de Normandía. Tal y como explica el Coronel Luis de la Chica, «el fin de este intercambio es una permuta», pero como estos fondos son bienes de interés cultural, el trámite para que cambien de dueño no es tan sencillo. Por ello, «lo que hacemos es una primera fase de préstamo mientras se resuelve la permuta». Así, las colecciones de ejemplares de estas máquinas de los dos países se han completado, enriqueciendo ambos sus patrimonios con estas preciadas piezas que durante décadas han pasado desapercibidas.