De toda la vida

Las nuevas tecnologías siempre provocan la crisis de viejos conceptos. Ahora le toca recibir la embestida de la famosa red social a la idea que hemos tenido, desde siempre, sobre lo que son intimidad y amistad. La amistad ha entrado en revisión con eso de Face- book, Twiter y el P2P. Es muy normal escuchar hoy en día a gente que presume de tener cuatro o cinco mil amigos en la red.

Mucho me parece a mí, si no es petulancia que lo señale. Me pregunto inevitablemente cuántos de esos «amigos» van a estar ahí, ahora que arrecia la crisis, para dejarte doscientos o cuatrocientos euros cuando no puedas pagar el alquiler o la hipoteca en uno de esos reveses que dejan a la gente en el paro. Seguro que los cinco mil desaparecen en estampida digital o, a lo sumo, nos ofrecen sus condolencias lejanas.

Ya sabrán por las estadísticas que nuestra principal diferencia con la Europa civilizada consiste en que superamos las malas rachas con ayuda de la familia y los amigos y no con los sistemas públicos de previsión social. Es lo bueno de las crisis, que ponen las cosas en su sitio y no hay más cera que la que arde.

Familia no hay más que una y amigos (los de verdad) hay pocos. Los amigos virtuales no son lo mismo que los amigos de toda la vida. No nos engañemos por la vanidosa pretensión de ser populares.

No son lo mismo ni desde el punto de vista psicológico, afectivo, humano, ni mucho menos, legislativo. Guardan la misma relación de realidad que tienen entre sí las personas jurídicas y las personas físicas. Reflexionemos como los internautas que ya somos todos.

¿Quién va querer amigos que desaparecen cuando uno no puede pagarse el ADSL?