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Hay que salvar el «Chéjov» por César Vidal
Recibo una llamada telefónica que me sume en una profunda tristeza. Me dicen que el Chéjov, el magnífico teatro de cámara fundado y dirigido por Ángel Gutiérrez, podría cerrar en este mes de enero de 2012. De esa manera concluiría con más pena que gloria, una trayectoria de décadas, la emprendida por un maestro indiscutible de la escena que pudo quedarse en la Unión Soviética, donde era extraordinariamente reconocido y a donde marchó en 1937 siendo niño, y que, sin embargo, decidió regresar a su patria para entregarle lo mejor que tenía: su talento. Conocí el Chéjov hace ya años cuando, de manera casual si es que la casualidad existe, asistí a su montaje de dos piezas de Pushkin. Desde entonces, he sido incondicional de sus obras y he disfrutado con sus representaciones de Cervantes y Dostoyevsky, de Moliere y Chéjov. Ha sido así porque siempre he visto teatro en estado puro donde el trabajo, la inteligencia y el amor suplían la falta de medios. También he ido viendo en estos años cómo Ángel Gutiérrez seguía recibiendo un más que merecido reconocimiento en su Rusia de adopción mientras que en esta España siempre cicatera con sus hijos de talento los equivalentes –el último de la Comunidad de Madrid– han sido comparativamente menores. Pero, por encima de todo, he contemplado la manera, me atrevería a decir que prodigiosa, en que todo el trabajo sensacional del Chéjov se levantaba sin beneficios, oropeles o ganancias. Ahora el Chéjov puede cerrarse porque la crisis da dentelladas en todas direcciones y no existe presupuesto para ayudar a una sala emblemática. Es sabido que soy enemigo jurado de las subvenciones y que apoyo cualquier recorte presupuestario. No voy a hacer una excepción con el Chéjov de Ángel Gutierrez. Sólo voy a apuntar que se podría recolocar alguna partida del presupuesto. Me atrevo a pedir al Ayuntamiento de Madrid que nunca ha dado un solo céntimo al Chéjov que le entregue este año el coste de la última carroza del Día del orgullo gay. Me atrevo a sugerir que aporte al Chéjov tan sólo una parte de lo gastado en uno de tantos asesores inútiles e innumerables de Gallardón. Me atrevo a suplicar que se dé al Chéjov una infinitesimal parte de lo gastado por el Ayuntamiento madrileño en cambiar estatuas de sitio, lanzar globos o abrir zanjas. Siquiera porque ha dado mucho más prestigio a la ciudad que todo lo anteriormente citado. Una entidad que tanto ha hecho por la cultura de los madrileños –mucho más que su Ayuntamiento– se lo merece de sobra. Si así se pudiera salvar al Chéjov hasta me pensaría conceder mi voto al PP en el Ayuntamiento de Madrid, algo que dejé de hacer, como era mi obligación moral, cuando decidió presentar como candidato a alcalde al inefable Gallardón.
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