El Cairo

Yo estaba allí por César Vidal

La Razón
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Era un 4 de junio, el del año 2009 por más señas, y yo estaba allí. La Embajada de los Estados Unidos había invitado a casi una veintena de personas a sus dependencias para contemplar en directo el discurso que Obama iba a pronunciar en El Cairo y donde, presumiblemente, proclamaría un cambio esencial en la política exterior americana. Tras algunas protestas porque no pocos de los presentes –especialmente los procedentes de naciones islámicas– no entendían el inglés y otro de los invitados, un compañero de un importante medio nacional alegó que quería escuchar al presidente en versión original y, de lo contrario, se marchaba; todo se pudo arreglar para que nadie se perdiera la prédica de Obama y yo comprobara, por enésima vez, que la mayoría de los supuestos expertos en relaciones internacionales en España aunque escriban para empingorotados diarios, son incapaces de seguir una conversación en inglés. Si no me falla la memoria, sólo el que había protestado y un servidor seguimos el discurso sin auriculares. Al concluir la intervención del presidente, los funcionarios de la Embajada nos invitaron a manifestar nuestras impresiones. El otro que sabía inglés me hizo un gesto del tipo de «¡Qué horror!», pero guardó silencio prudentemente. Yo escuché un par de intervenciones de musulmanes diciendo que no estaba mal, pero que mientras Estados Unidos no presionara a Israel en favor de los palestinos, aquello no pasaba de las buenas intenciones. Alguno incluso aprovechó para arremeter contra Israel. Acabé interviniendo para señalar que, con harto dolor, a mi juicio, el derrotero tomado por Obama era erróneo y sólo serviría para complicar la situación porque los islamistas lo interpretarían como una muestra de debilidad. Mientras hablaba, pude escuchar las expresiones desaprobatorias de algunos de los presentes que, entre gruñidos y aspavientos, mascullaban: «Ya lo sabía yo». Y, ciertamente, es posible que supieran que era lo que yo iba a decir porque yo hablaba en español y no en inglés. Incluso otro de los congregados, sin venir a cuento y, si no recuerdo mal, también sin saber inglés, me indicó que el Renacimiento y la Ilustración se los debíamos al islam. Aguanté estoicamente el resto de la reunión y, al final, como todos, me encaminé a la puerta. Eso sí. No pude evitarlo. Cerca de la calle, me acerqué al personaje en cuestión y le dije que le agradecería que escribiera algo sobre la influencia del islam en Leonardo, Miguel Ángel o Voltaire porque hasta el momento nadie la había visto. El otro que sabía inglés me reconvinó con un gesto como diciendo: «No te molestes que es inútil. Son unos ceporros». Han pasado tres años y resulta obvio que Obama, por desgracia, se equivocó en su nueva política. Como diría alguno: «Ya lo sabía yo que lo iba a decir». Pero ¿cómo no iba a hacerlo si yo estaba allí y sabía lo que iba a suceder?