Lenguaje
La judiada por Francisco Nieva
La Real Academia Española de la Lengua no puede retirar del diccionario palabras que puedan seguir en vigor, ni siquiera desaconsejarlas. Cuando la palabra comienza a diluirse en el lenguaje coloquial, puede advertirse como desusada. En general, las más radicales convicciones religiosas, ideológicas, patrióticas, sindicales se sienten insultadas por el habla común de los castellanos y de cuantos lo hablan por el mundo.
¡Cuántas protestas feministas nos han llegado, suplicantes o conminatorias! A la lengua la cambia el tiempo, no la Academia. El tiempo, las costumbres, la educación. Pero vamos a la educación, que esto es lo mío.
Para ser un español ilustrado hay que leer a nuestros clásicos, a nuestros realistas y costumbristas y encontrar muy natural –a la vez que sabroso y lleno de color– que «El chico de la buhardilla se divertía haciéndole judiadas a un gato». Si el castellano está lleno de judiadas, la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana tendría que protestar a diario de lo mal parada que sale la religión en el lenguaje más común. «Armar un Cristo, terminar como el rosario de la aurora, fíate de la Virgen y no corras. ¡El Copón! ¡La Hostia!». Refranes y blasfemias coloquiales. ¿Quién va a retirar toda esa pintoresca morralla del diccionario? Sería como corregir a Velázquez. Pues bien, el lenguaje es un organismo vivo, que se desarrolla, se expande y «se mueve». Se mueve lentamente, a veces muy imperceptiblemente. El lenguaje y la fonética misma. Ya soy muy viejo, y puedo dar fe de que, cuando yo era chico, los madrileños hablaban de otro modo, el acento castizo se perdió, así como infinidad de términos y expresiones que ya no escucho a mi alrededor. Para recordarlo, tengo que leer a Arniches, pero también a Valle-Inclán.
Aceptemos el lenguaje como un regalo maravilloso, que nos hace conocer el mundo, viajar en el tiempo, soñar, inventar...
Téngase también en cuenta la contaminación de unas lenguas por otras. El inglés tecnológico se impone al castellano, español y americano. Es muy difícil expulsar del diccionario términos foráneos, que han arraigado fuertemente en el habla común y en la Prensa. Ahora los chicos no «hacen judiadas» a los bichos que transitan por los juegos electrónicos, sino que los fulminan sañudamente. A la gente educada no se le escapa comúnmente esa palabreja anticuada. Algo tremendo sucedió en el mundo –el Holocausto– para que términos como éste fueran más considerados antes de emitirse por intelectuales, escritores y mucha gente del común. Es un deseo muy generalizado hablar y escribir bien la propia lengua, una simple muestra de educación. En «el buen hablar» se van eliminando progresivamente palabras y giros malsonantes, ofensivos y políticamente incorrectos. Espero que no pase mucho tiempo para que el término de «judiada» se pueda calificar como «desusado».
Francisco Nieva
de la Real Academia Española
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