Castilla y León

Fiebre de uranio en Salamanca

Apenas 126 personas viven en Saelices El Chico, un pequeño pueblo de Salamanca cercano a Ciudad Rodrigo y muy similar a los miles que hay en España; pueblos de los que la gente emigra en busca de mayores posibilidades económicas. Saelices El Chico sería uno más si no fuera porque su nombre sirve para hacer operaciones económicas en Australia, en Rusia o en Corea. Saelices tiene minas de uranio. Y eso, ahora mismo, es como el oro.

 
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En el mundo funcionan 436 centrales nucleares, 56 están construyéndose y los proyectos para levantar más reactores superan el centenar. Pese al debate mundial sobre el futuro y el peligro de la energía nuclear, el pragmatismo del mercado provoca que se busque uranio como antes se perseguía el petróleo. Y en Salamanca están dispuestos a encontrarlo, por encima de cualquier inconveniente. «Aquí la gente se muere de infartos», dice el alcalde de Saelices, Francisco Bernal, cuando se le pregunta si hay más muertos por cáncer que en otras poblaciones. «En este pueblo nos morimos como en otros lugares». Si hubiese dudas sobre la contaminación sería más complicado volver a abrir unas minas de uranio que en 2000 se cerraron por no ser rentables. Perdían cerca de 1.500 millones de pesetas y el uranio empobrecido no podía competir con el del exterior.

Es la demanda lo que hace cambiar decisiones. En 2007 el precio del uranio subió espectacularmente, hasta llegar a alcanzar los 140 dólares la libra. La entrada de China en el mercado y su necesidad de abastecerse ha encarecido la materia prima. «Un uso prolongado del uranio como la base de la industria nuclear, tal y como la conocemos en nuestros días, indudablemente provocaría el agotamiento de las reservas viables de la materia.

Precisamente, ante esas reservas limitadas, el interés mostrado por algunos países por reforzar el sector nuclear en el marco de producción energética ha sido clave en el incremento del valor del uranio en el mercado internacional», explica Juan Carlos Lozano, profesor de Física Nuclear en la Universidad de Salamanca. La subida de hace tres años puso en alerta al mercado, a Enusa (la empresa pública) y a la pequeña población de Saelices. Se dieron cuenta de que tenían algo bueno entre manos y que había que aprovecharlo.

En España, las minas de uranio que no se van a utilizar se desmantelan y después se restaura el paisaje. Lo primero que se hace es descontaminar la zona, después se trocean las instalaciones, que se almacenan en jaulas metálicas. Fue lo que sucedió en Andújar, en Jaén. Más tarde se ponen capas de protección: radón, gravilla, tierra vegetal y vegetación. Por último, se plantan más de un millar de árboles y arbustos y vegetación autóctona. Es como si las minas de uranio nunca hubiesen existido, como si se hubiera tapado el pasado. En Saelices estuvo a punto de llevarse a cabo el proceso, pero el precio del uranio en 2007 obligó a que Enusa se lo pensara dos y tres veces y, al final, diera marcha atrás. El desmantelamiento de las minas se aprobó para el 15 de julio de 2008. Se han pedido varias prórrogas y ya no hay fecha límite para convertirlas en un pasado olvidado. Resulta que esas minas son el futuro.

15 países con reservas

Tanto Saelices El Chico como la Junta de Castilla y León y Enusa tienen claro que, pese a los debates y la bajada del precio desde 2007 hasta ahora, el uranio va a ser una materia prima fundamental y que sólo 15 países cuentan con reservas que se puedan extraer a bajo precio. Los ecologistas dudan de que haya reservas suficientes en el mundo, y en Salamanca en particular, para abastecer la energía nuclear; y más si esas reservas se venden baratas.
Según Paco Castejón, de Ecologistas en Acción, desde Enusa le han dicho que el uranio de Salamanca sería rentable a un precio de unos 130 dólares. En la empresa pública no dicen nada oficialmente, pero en 2009 llegaron a un acuerdo con Berkeley para un estudio de explotación y ese día el valor de la empresa australiana se multiplicó por tres en bolsa. Un año y medio después, Berkeley continúa haciendo su estudio de viabilidad de la mina, lleva invertidos unos 30 millones de dólares en las exploraciones en España y es codiciada por otras empresas.

Las minas le sirven para especular. La empresa Korea Electric Power Corporation, que gestiona veinte centrales nucleares en Corea del Sur, se ha interesado y la rusa Servestal ha hecho una oferta amistosa de compra. Y todo porque Berkeley tiene en sus manos el 90 por ciento de los derechos de explotación de las minas. Los estudios iban a acabar este verano, pero se han alargado hasta diciembre, aunque ya parecen realmente satisfactorios. «Los resultados preliminares, o no tan preliminares, de los estudios más recientes realizados por Berkeley parecen reflejar que las minas sí son rentables», asegura el profesor Lozano.

Óxido amarillo

Hasta ahora la importación de uranio de las centrales españoles provenía de Rusia, Canadá y Australia. La ventaja del uranio es que se puede extraer al aire libre, sin las penalidades que sufren, por ejemplo, los que trabajan en las minas de carbón del norte de España. Se extrae con dinamita, nada de pico y pala, y se recoge en camiones. Después este material es tratado químicamente para separar el uranio del resto de los materiales que contiene la roca.

Al mismo tiempo, mediante procedimientos químicos, se purifica el uranio que finalmente se presenta en forma de un óxido de color amarillo característico. Este es el material que sale de los centros de tratamiento, como la Planta Quercus, también en Saelices. El óxido se envía para su enriquecimiento para después fabricar el combustible nuclear según los requerimientos de las centrales que son clientes de Enusa. Es un trabajo costoso económicamente y que hay que evaluar para comprobar si es rentable. El problema del uranio es que a veces está muy profundo, suele encontrarse muy disperso y no es sencillo seleccionarlo.

2012, fecha clave
Esas desventajas no parecen tales en Saelices, donde esperan impacientes y fijan el 2012 como el año de su recuperación, para abandonar la crisis que asola a todos los municipios españoles. Rusia, Canadá o Australia quedan muy lejos. También los debates sobre la energía nuclear. Las minas, sin embargo, están ahí al lado. El uranio que se logra sacar tiene un color amarillento. El oro también es amarillo. «Nosotros estamos ayudando a Berkeley en todo lo que necesite», continúa el alcalde, Franciso Bernal. Él piensa que cuando diferentes empresas de otras partes del mundo se interesan, es que Berkeley está buscando inversores para el negocio y que el momento de Saelices está llegando.

Para los ecologistas, que están convencidos de que la mina no tiene futuro, lo que pretende Berkeley es, en realidad, compartir riesgos con otras empresas. Además, apelan a otro asunto para estar en contra: el medio ambiente. «El uranio es tóxico», confirma Paco Castejón, «aunque al ser débilmente radiactivo no siempre es fácil ver las consecuencias.

Como se extrae al aire libre, levanta polvo, la contaminación llega al aire y se extiende». El profesor Lozano cree que no hay nada que temer, pues la Ley ya ha previsto esa situación: «Como generalización, todas las actividades humanas tienen alguna repercusión en el medio que nos rodea, y en esto la minería no queda excluida. Sí hay que decir que España, como en los países de nuestro entorno, la legislación trata de limitar estos posibles efectos adversos. Esta legislación ha surgido del consenso de todos los países europeos basándose en las recomendaciones de los organismos internacionales expertos en la protección del medio ambiente».

El debate es confuso y puede que no lleve a ningún sitio, pero en Saelices son pocos los que dudan. No han visto los efectos de esa contaminación y, en cambio, sí que han comprobado las consecuencias del cierre de las minas. Tras las prejubilaciones de 2000, el pueblo ha sufrido una pequeña y silenciosa decadencia. De los 170 censados, 50 ya no viven allí, los jóvenes desaparecen hacia otras comarcas y el pueblo envejece con los que se prejubilaron hace ya una década. Bernal espera en un par de años que se pueda volver a obtener uranio, que regresen los jóvenes y las grúas y que, al fin, puedan construir esa residencia de ancianos con la que tanto tiempo lleva soñando.