Berlín
La pasión turca
Cuando se derrumbó el muro de Berlín, el nipón-estadounidense Fukuyama, analista del Departamento de Estado, escribió «El final de la Historia» suponiendo que el fracaso comunista extinguía la confrontación ideológica. Ya se sabe que predecir el pasado es fuente de éxitos intelectuales y que augurar el futuro es manantial de descalabros. Otras cabezas de huevo occidentales ajustaron el microscopio y dando por hecho que la Alianza Atlántica quedaba sin razón de existir mutaría en una especie de gigantesca ONG en socorro de los Estados fracasados o gamberros. Casandra, hija del rey troyano Príamo, se adelanta a los estudiosos empíricos con sus perennes malas noticias: Rusia se prepara para el rearme, y Turquía, el hombre enfermo de Europa, abre una brecha en el flanco militar oriental de la OTAN retando a Israel a levantar el bloqueo naval de la franja de Gaza administrada por el contumaz terrorismo de Hamas. El primer ministro otomano , Erdogan, que no es político circunstancial de una legislatura, sabe que el ingreso en la Unión Europea, explícitamente boicoteado por Francia y Alemania, es «ad calendas graecas», y retrocediendo los pasos de Ataturk se islamiza lentamente, tiende puentes con el ominoso Irán y vuelve a lo de siempre; el enemigo es Israel, consigna proferida desde un sillón en la estructura militar de la OTAN. Ésta si que es la pasión turca y no la proctólogica de Antonio Gala, que ha ido a saludar a Zapatero para despedirse de su aliado en la alianza de las civilizaciones, que se puede estrenar con una hermosa batalla naval turco-israelí. Cuando los griegos acaben vendiendo la Acrópolis, la UE tendrá que pensar en admitir a Israel, último bastión occidental en territorio de Solimán el magnífico.
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