Nueva York

El jardín de Arjen por Lucas HAURIE

La Razón
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No es casualidad que uno de los jugadores más sobresalientes del torneo se llame Robben y pertenezca a la selección holandesa. El afrikáans, el idioma de los blancos surafricanos, es un dialecto del holandés. De allí llegaron los granjeros que expulsaron a los ingleses del territorio y que, junto con los hugonotes exiliados de Francia, fundaron la nación que mantuvo hasta 1990 un régimen segregacionista. Su opositor más célebre, Nelson Mandela, se pudrió durante 27 años en el presidio de Robben Island (en neerlandés, «la isla sellada» o «la isla impenetrable»), pero salió para proclamar la reconciliación entre compatriotas con independencia de su color y posición durante el apartheid. La epopeya del Mundial de rugby se ha narrado hasta el hartazgo en los últimos meses, pero quizá no hayan reparado en la abundancia de nombres holandeses (Pienaar, Mulder, Van der Westrhuizen, Rossouw, Wiese...) de la alineación de los Springboks.En la Suráfrica racista, los negros debían dirigirse a los blancos con el apelativo «bass», palabra holandesa que significa «jefe» y que en los muelles de Nueva York, no en vano antes Nueva Amsterdam, derivó en la voz inglesa «boss». Mandela entendió que debía conquistar el corazón de los antiguos opresores, de los «bass», con el deporte e hizo lo imposible por que fueran campeones mundiales de rugby. Seguro que esos afrikáners sienten la llamada de la tierra cuando ven jugar a sus primos europeos, unos «oranje» (¡con negros en el plantel!) que trasiegan cerveza igual que ellos y que cuentan con Robben, para quien ninguna defensa es impenetrable.