Nacionalismo
Hurto solapado
La democracia es el gobierno de la mayoría bajo el principio de la igualdad ante la ley. De todos. Incluso de quienes ganan más de 120.000 euros. Deriva en tiranía cuando la mayoría impone a la minoría obligaciones que la discriminan. Por mucho que estén revestidas de legalidad y un falso imperativo solidario, que es lo que ha hecho el Gobierno con los trabajadores de rentas altas para salvar la cara ante la izquierda primitiva y piquetera. Fueron Marx y Engels los primeros en proponer «un fuerte impuesto sobre la renta de tipo progresivo» para que «el proletariado fuera despojando de modo gradual a la burguesía de la totalidad del capital». Pero fue con la democracia de masas y el Estado del Bienestar cuando el invento marxista se transformó en el instrumento preferido de todos los gobiernos. Hasta los no considerados socialistas olvidaron que la igualdad ante la ley, que la libertad requiere, conduce a la desigualdad material. Así que hoy es común la máxima populista de «que paguen más los que más tienen». Pura envidia patrocinada por los gobiernos, bajo la máscara de la solidaridad. La solidaridad es una virtud que se despliega de forma voluntaria; decretada, es pura obediencia. Los impuestos se recaudan bajo coacción. Legalizada, pero coacción. Si verdaderamente quieren ser justos, los gobiernos deben atenerse a principios generales. En materia fiscal, la proporcionalidad es un principio; la progresividad, una arbitrariedad. Un «solapado hurto», escribió Stuart Mill.
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