Medidas económicas
Ateneístas
El doctor Simarro era un eminente psiquiatra republicano de hace más de un siglo. Aconsejaba a sus pacientes hacerse socios del Ateneo madrileño, sin duda por el ambiente propicio de la casa. Lo cuenta Azaña, que, según dice él mismo, perdió buena parte de su vida en sus salones, no sabemos si por recomendación del doctor Simarro. El venerable Ateneo recuperó algunas de sus tradiciones esta semana con la presentación del último libro de Alberto Recarte, que lleva por título «El desmoronamiento de España». Más allá del análisis económico, el libro se esfuerza por proporcionar al lector un diagnóstico político, y es en la conjugación de las dos «esferas» –como dirían aquellos ateneístas–, es decir entre la política y la economía, donde se encuentra el quid de la cuestión. Los análisis de Recarte siempre son interesantes de escuchar, incluso cuando presenta una serie de propuestas, en particular acerca de la reforma constitucional, que están fuera de cualquier posibilidad de ser aplicadas. Una parte pequeña, pero significativa, de la opinión pública española está volviendo al regeneracionismo –y más lejos aún, al arbitrismo– y al espíritu que engendró a ambos. Ante la sensación de que la situación general está bloqueada, los arbitristas y los regeneracionistas presentaban propuestas de una naturaleza tal que hacían imposible cualquier solución. Esta vez también se volvieron a escuchar en el Ateneo las tonalidades dramáticas, las conminaciones a la acción urgente –ya no queda tiempo para nada, exclamaba Costa– y la insinuación de que sólo el empeoramiento de la crisis proporcionará alguna salvación. Alguien en el público habló de «revolución». Sabemos por experiencia que estos arrebatos no han llevado nunca a nada bueno. España, como otros países, atraviesa una crisis muy profunda y, como todos ellos, tiene muchos elementos a su favor. Que no se apliquen las políticas que uno considera deseables no significa, por otra parte, que la situación esté bloqueada. Deberíamos tener cuidado con lanzar a la opinión pública por caminos intransitables. España no es la sucursal de un psiquiátrico.
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