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Ricardo Sánchez / Pintor: «En el mundo del arte se diga lo que se diga las revoluciones no existen»
De cerca-Un poeta. Juan Ramón Jiménez.-Una luz. La del amanecer en diciembre.-Un deseo. Haber sido violonchelista.-Un lugar en el mundo. Uno exuberante, como Brasil.-Un pintor de siempre. Velázquez.-Un pintor a recuperar. Antonio Moro.
Según San Juan de la Cruz, la última de las cinco virtudes del pájaro solitario es que canta suavemente. Eran tiempos más silenciosos, aunque desde luego no mejores. No existía ese irritante hilo musical que nos da la murga hasta en los ministerios, de acuerdo, pero tampoco había vacunas o desfiles de lencería. En la actualidad el pájaro solitario lo tiene tan crudo como un inspector de Hacienda en un ayuntamiento de la costa. El tempo de nuestros días es veloz, exhausto, por lo que se antoja complicado irse hasta lo más alto, como proponía el místico. Sin embargo, puesto que llevar la contraria alarga la vida y suaviza el sabor de los gin-tonics, hay quien se sigue resistiendo a que la época ya decida por él. Es el caso del pintor abulense Ricardo Sánchez:
«En el arte, lo que cuenta es la actitud personal. Uno tiene que ser honrado con lo que siente, no dejarse influenciar, pues si no, estaría pintando un tiempo de una manera y otro de otra… Hay que ser coherente con uno mismo».
No significa que no se investigue.
En absoluto, tengo series en las que investigo. Hay que pintar en el siglo en el que estamos. Pero cada obra debe hacerse según tu propio sentimiento, según tu propia trayectoria. Hay que ser actual, pero honrado.
Y la coherencia trae la evolución.
Así es. En el arte, se diga lo que se diga, las revoluciones no existen. Los procesos artísticos están basados en una lenta sedimentación. Quienes sostienen que el arte es instantáneo, que depende sólo de la inspiración, están mintiendo.
¿Cada obra de arte es la resolución a un problema?
Eso es algo que desarrollo en las series. En ellas, acabo con una o dos obras donde resumo todo el trabajo, esa resolución definitiva del problema. En ese sentido, el caso de Velázquez es ejemplar. Cada obra suya es una solución.
De ahí su genialidad.
Claro, porque lo que yo trato de resolver en una serie, él lo hacía en un solo cuadro. Su obra no es que sea muy extensa, pero cada lienzo es un libro donde se aprenden conceptos que a otros nos cuesta asimilar muchísimos años.
¿La obra se acaba o se abandona?
Si la obra la tienes en el estudio, en cuanto la ves, siempre piensas: «Esto lo cambiaría». Y eso es un peligro, porque te pasas la vida retocando los cuadros. Hay que saber parar.
A veces, es lo más complicado.
Es que este mundo del arte no es fácil. Enfrentarse a un lienzo en blanco, e intentar expresar lo que tú sientes y no poder, ya es un drama. Y luego hay que sacar el cuadro y que se comercialice, algo que es también muy duro, porque, en mi caso, tengo una relación muy personal con mi obra…
Además, es un proceso esencialmente solitario.
Nadie te puede ayudar. Siempre estás solo, en todos los sentidos. Y cada persona te puede dar una opinión distinta sobre la obra. Por ejemplo, hay exposiciones a las que envías tus obras y hablan maravillas de ti y otras que te ignoran.
Me da que el premio Caneja te hizo mucha ilusión…
Fue fantástico. El año pasado tuve algunos problemas físicos ciertamente graves. La muerte pasó por delante de mí. Y no es que estuviera derrotado, pero no estaba demasiado animado. Ese premio fue como si alguien me dijera: «Sigue por este camino, lo que has hecho está bien…»
Te reafirmó.
Sobre todo, porque, aun habiendo evolucionado, me dejaba claro que la esencia estaba ahí, en un cuadro que había pintado hacía treinta años, que fue por el que me premiaron. Era la demostración de que en el arte existen valores que son eternos.
Me hablabas del sentimiento. En ocasiones puede ser un camino que lleve a la cursilería…
A grandes rasgos, la pintura es un equilibrio entre el corazón y el cerebro, pues de ambos surgen los demás conceptos. Ninguno puede dominar. Y el que logra ese equilibrio es el que crea una obra de arte.
Licenciado en la Escuela Superior de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de Sevilla y en la Facultad de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, Ricardo Sánchez es también profesor de dibujo en Ávila. Premiado con el Díaz Caneja, entre otros galardones, es constante e individualista, pues sabe que el artista debe ser también un pájaro solitario. Su trabajo, definido por la luz callada de su tierra, se ha mantenido a lo largo de los años por los mismos cauces figurativos, con ligeras variaciones a través de las que ha tratado de alcanzar ese difícil equilibro de la sencillez en el que no ocurre nada, pero en realidad pasa todo. Tampoco olvidemos que el pájaro solitario pone el pico al aire:
«Los recuerdos de mi infancia en Ávila son muy bellos. Sobre todo los juegos en la calle, durante aquellos días en que nevaba copiosamente. La escasez la sustituíamos con la alegría de la imaginación, pese a que era un tiempo terrible».
¿Había antecedentes artísticos en tu familia?
Ninguno. Por la parte materna, eran comerciantes. Y por la paterna, mi bisabuelo y mi abuelo eran maestros. Mi padre era practicante. Estaba como ayudante de quirófano en el Hospital Provincial de Ávila. Eso sí, le gustaba mucho el dibujo.
¿Cuándo empiezas a pintar?
Alrededor de los 16 años, aunque el dibujo siempre me había gustado. En aquella época no había profesores especialistas en dibujo. Así que lo que hacías era por iniciativa propia. Salía con un amigo a pintar….
¿Cómo se lo tomaron en casa?
Bueno, el arte estaba muy mal visto, por eso de la bohemia… Mi padre no me dejaba decantarme por el mundo del dibujo. Por ello, empecé a hacer Derecho. Al final, me decidí por estudiar Decoración. Empecé en la Escuela de Arte de Ávila…
Luego te fuiste a Sevilla.
Y llegué a una ciudad donde todo se hacía en la calle, donde la gente vivía fuera de casa. La primera Semana Santa que pasé allí fue alucinante. Sevilla me pareció tan hermosa, con esa luz y olores... Me abrió mucho.
Después te marchaste a Madrid.
Me tocó una época muy convulsa, la de la muerte de Franco. Entonces todo eran pequeñas revoluciones que pretendían cambiar el mundo. Y en pintura todo era apertura y nuevas tendencias. Fue una época también difícil.
Sin embargo, al final, regresaste a Ávila.
Pasó algo curioso. Terminé la carrera en seguida y había un curso que se llamaba de profesorado. Lo hice. Y como el último año, con tanta huelga, no tenía clase, me venía mucho a Ávila, donde empecé a pintar de una manera más seria.
Es entonces cuando te haces profesor…
Además, conocí a mi mujer cuando era estudiante en Sevilla, en uno de aquellos larguísimos viajes en tren. Era de Ávila y nos hicimos novios. En seguida nos casamos y tuvimos hijos. Hice las oposiciones a los institutos de Bachillerato y saqué la plaza rápido.
Ahora has vuelto a dar clase en el instituto.
Es curioso, porque también, en la enseñanza, he vuelto a los orígenes. He regresado a mi plaza original del Instituto Isabel de Castilla de Ávila. Tras haber dado clases en la Facultad de Bellas Artes de Salamanca y en la Escuela de Arte de Ávila, sigo encantado.
Te gusta la enseñanza.
Soy un apasionado de ella. Lo que ocurre es que ahora las cosas han cambiado. No me siento desilusionado, pero esta transformación que estamos viviendo es dura de asumir…
¿En qué sentido?
Se valora muy poco el dibujo. Se le considera poco menos que una asignatura casi marginal. Es un reflejo de cómo evoluciona la sociedad. Para alguien a quien le gusta tanto la pedagogía del dibujo no es fácil de sobrellevar…
¿Ha cambiado el alumnado?
Ahora hay que motivar muchísimo al alumno, porque vive en un mundo donde el ordenador o el móvil tienen mucha fuerza. Antes se podía encauzar mejor la enseñanza. Hoy hay que darles motivaciones paralelas…
Sobre los museos, el pintor gallego Antón Lamazares nos contaba que le sorprendía que los nuevos estuvieran siempre vacíos…
Cada Comunidad ha querido tener su museo. Incluso cada pueblo. Se han hecho edificios monstruosos, carísimos. Y llenarlos de arte es muy complicado. Asimismo, hay museos de una arquitectura tan extraordinaria que se impone a sus contenidos.
Eso implica que cambie el concepto de arte.
Los museos se han convertido en contenedores de arte, donde todo es más efímero que nunca. La gente, acostumbrada al museo tradicional, cuando acude a los nuevos, no entiende nada de nada. Pero es un modelo que va a desaparecer. Simplemente porque no hay dinero…
Y ocurre otra cosa, por incorrecta que suene: los museos se han convertido en un parque de atracciones para toda la familia.
Lo has dicho clarísimamente. Cuando se hizo la exposición de Velázquez en El Prado, el 90 por ciento de lo expuesto ya estaba antes en el museo y nadie hacía cola. Pero la publicidad, los intereses diversos que concurren, han hecho que vayas a una exposición y te vendan el llavero de Vermeer o el gorro de Rembrandt. Me parece que no queda más que aceptarlo…
¿Es difícil vivir del arte?
Lo es. Y comprendo la preocupación de mis padres. Nosotros éramos once hermanos, en una época desoladora. Su obsesión era darnos un porvenir… Y ser artista no daba mucha seguridad. Para vivir de este oficio, tienes que tener suerte.
Y perseverancia.
Sin duda. Pero también necesitas la suerte. Lo más socorrido y lo más honrado sería vivir del arte, pero ser un profesional de la enseñanza del arte y luego pintar, te permite no estar presionado por los marchantes o las galerías, por unas modas que nos imponen una tendencia o un nombre, con precios siempre desproporcionados.
¿Se ha abandonado la tradición figurativa?
En parte. Y es incomprensible renunciar al legado, a la tradición. Esa figuración podía ser más expresionista o impresionista pero está ahí. Como la pintura figurativa es aparentemente muy sencilla de analizar, parece, a ojos de algunos, menos diferente entre sí, más fácil...
Pero cada uno, si es bueno, sigue su camino. No es igual Richard Estes que Antonio López.
Lo que no tiene que haber es exclusividad en el arte, como en otras formas de expresión. Si un poeta le hace un poema a la luna, no significa que ya no se puedan hacer más poemas a la luna. Hay que buscar el camino y esperar que te juzguen con inteligencia.
Uno de los motivos de tu obra, tal vez el más conocido, son las estaciones de tren.
Lo primero que traté de resolver en mis obras sobre estaciones es la parte de la ingeniería, tan áspera, tan poco humana. Y lo segundo fue evitar el sentimentalismo de las despedidas, de los reencuentros.
Son estaciones vacías, de hecho.
He pretendido crear un espacio para que el espectador lleve a esa estación sus sentimientos. Que la estación sea un espacio universal donde cada uno reviva en esa amplitud de la soledad sus vivencias… Dicen que son estaciones un poco tristes.
Más bien melancólicas.
Tiene un halo… El arte español tiene esa melancolía, esa introversión algo pesimista. Sobre todo la pintura barroca…
Y la del XIX, que es la gran olvidada.
Es que, como había que hacerse modernos, se despreciaron unos artistas maravillosos, que estaban en el Casón del Buen Retiro y que ahora han recuperado muy bien en El Prado. Eso sí ha sido un acierto…
Otro de tus motivos ha sido el pájaro solitario de San Juan de la Cruz…
A partir de lo que escribió, he elaborado una serie de paisajes en los que estuvo San Juan de la Cruz, como Duruelo. Desde que él vivió, el paisaje ha cambiado poco. También recreo otro tipo de paisaje donde el tema fundamental es el pájaro que está solitario en una rama, en una alambrada…
¿Te has sentido reconocido en tu tierra?
Castilla y León es un lugar muy duro. Siempre me he sentido castellano y leonés, pero a veces no somos todo lo agradecidos que deberíamos, por no hablar de que nos cuesta una enormidad mirar e ir hacia delante.
Es el carácter histórico, dicen.
Nos va a costar muchísimo tiempo quitarlo. Aquí cuesta a recocer a un músico tan maravilloso como Tomás Luis de Victoria. Si fuera gallego o catalán… Sin embargo, hay que seguir luchando y queriendo a nuestra Castilla y León, a la que quiero aportar todo lo que pueda… Y ahora hay castellanos y leoneses tan estupendos…
Ni siquiera se habla de la extraordinaria luz de la tierra.
La luz es todo. En Ávila, la luz que da la altura es increíble. El brillo de la escarcha, cuando empieza a calentar el sol… Por no hablar de las nieblas, con esa humedad única que envuelve a las estaciones de tren… Es tan maravillosa nuestra luz.
Si algún despistado cree que hoy es imposible la espiritualidad, esa sensación sublime que no sólo tiene que ver con las creencias religiosas, debería echar un vistazo a los lienzos de Ricardo Sánchez. Su mirada nos conmueve porque trata de trascender. Su propósito es el más difícil de todos: la sencillez. El pájaro solitario no tiene color, pues todos se hallan en él. Lo que permanece no permite nostalgias: no hay nada más cercano a la eternidad que la luz. Da igual la velocidad de los tiempos en que vivamos.
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