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Público escarnio por Lucas Haurie
Juan Francisco Trujillo, por mal nombre «el chófer de la cocaína», ingresó en prisión en la madrugada del miércoles después de ser sometido a lo que en cenáculos jurídicos se conoce ya como la «Fórmula Alaya». Al igual que su jefe, Guerrero, el conductor declaró hasta la madrugada y, antes de ser conducido a prisión, hubo de soportar una pública exposición de dos horas en la antesala de los juzgados, mezclado con una turba de abogados y periodistas que, ajenos a su trágica situación, comentaban la jornada futbolística, los ripios del próximo pregón o los últimos amoríos de Paris Hilton. No es necesario ni deseable lo que en los procesos inquisitoriales se denominaba el «público escarnio», una práctica que nos iguala con naciones tan poco observantes de las formalidades democráticas como el Perú de Fujimori donde, en 1992, el terrorista Abimael Guzmán fue expuesto encerrado en una jaula. Impartir justicia y ensañarse con el reo, diría John Travolta en «Pulp Fiction», no son el mismo partido, ni forman parte de la misma liga, ni siquiera son el mismo puto deporte. Lo escribe quien desea que todos los responsables del fraude de los ERE, sin excepción, envejezcan en la trena.
Además, con tanto comentario (demagógico) sobre el polvo blanco se está desviando el foco: la estrategia de Guerrero y Trujillo, bien diseñada por sus letrados, es hacer creer que el dinero distraído se evaporó en bienes fungibles, pues también serán condenados a devolver lo sustraído y por tanto les interesa difundir que una parte se la metieron por la nariz y otro poquito se les escapó por la bragueta. Ni la pituitaria ni la ingle, por más que se recurra a la Viagra, aguantan 800 millones de euros en rayas y putas, así que otro destino tuvo que dársele al grueso del fondo de reptiles. Según la doctrina Mellet, el dinero se pudo destinar «a carteles de Felipe González» y por eso en el PSOE prefieren endosarle el marrón a esta pareja de bocazas. Pero ni por ésas merecen el trato vejatorio al que fueron sometidos mientras se redactaba su auto de prisión preventiva. Tanto darnos golpes de pecho con La Pepa y olvidamos que tampoco el peor de los delincuentes pierde su condición de ciudadano. Y menos, antes de ser juzgado.
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