España

Una reforma necesaria por Miguel Marín

La Razón
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No era una reforma sencilla. Nunca lo son, pero lo cierto es que la nueva reforma del sector financiero que aprobó el Gobierno el viernes pasado estaba rodeada de elementos que la hacían aún más complicada. Y es que cuando se trata de superar una crisis de confianza, cuando no sólo se lucha contra la realidad sino contra las percepciones de la realidad, acertar se convierte en una tarea difícil y contentar a todos, en misión imposible. No hay más que ver el espectro de valoraciones de la reforma, que van desde el «manifiestamente insuficiente» a la «plena satisfacción», para comprobar lo que digo.

Creo que a estas alturas de la crisis y después de una semana cargada de noticias en el ámbito financiero, conviene pararse, mirar atrás y ordenar la información para saber dónde estamos. Lo primero de todo es reconocer el enorme esfuerzo de saneamiento que está realizando el sector financiero. Desde 2008, y teniendo en cuenta los requisitos adicionales de provisiones y capital incluidos en los decretos de febrero y del viernes pasado, la factura del proceso de reforma habrá ascendido a más de 200.000 millones de euros, aproximadamente el 20% de PIB, dedicados a sanear balances y apoyar a entidades intervenidas o en proceso de fusión.

Ninguna otra crisis financiera en la historia ha superado estos límites. Además, desde 2009 el sector está inmerso en un proceso de reestructuración que lo ha llevado de las 45 entidades de entonces a las no más de diez que quedarán de los procesos de integración en marcha y, lo más importante, a la reducción de un 20% en las plantillas y en el número de oficinas, eliminando así el minifundismo institucional y el sobredimensionamiento que padecía nuestro sector financiero.

Respecto a la falta de transparencia, conviene recordar que España fue el único país de la zona euro que presentó a todo su sector financiero sin excepción a los test de estrés realizados a mediados de 2011 y que, entre las medidas del viernes, se incluye la realización de dos valoraciones independientes del portfolio inmobiliario del sector, una medida que, insisto, sería muy saludable en otros países de la zona euro que aparentemente gozan de buena salud y hacen gala de ello.

Finalmente, nuestras entidades sistémicas cumplen ya a día de hoy los requisitos adicionales de capital impuestos por la EBA (European Banking Authority) que tendrán que acreditar antes de finales de junio. Y en el caso de Bankia, sin duda, el elemento más problemático a los ojos de los mercados financieros internacionales, es cierto que se podría haber reaccionado antes, pero no lo es menos que con la intervención de esta semana el Gobierno ha reducido considerablemente el principal foco de incertidumbre de los que aún pesan sobre nuestro sector financiero.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, la principal dificultad de la reforma aprobada el viernes era encontrar el punto de equilibrio entre el reconocimiento tácito de la insuficiencia del decreto de febrero y el riesgo de, utilizando un símil automovilístico, «pasarse de frenada» y enviar un mensaje de alarma desproporcionada con efectos inciertos dada la actual volatilidad de los mercados. Desde esta óptica, la reforma fue la que podía ser teniendo en cuenta, por un lado, las limitaciones que se ha impuesto el Gobierno en relación con la utilización de fondos europeos para recapitalizar los bancos y, por otro, el objetivo no declarado pero loable de no intoxicar los ámbitos sanos de nuestro sector financiero, que todavía los hay y muy sanos.

Después de los años en los que el Gobierno ha preferido esconder la cabeza, negar lo evidente (recuérdese que en 2009 se nos dijo que la exposición tóxica de los bancos no superaba los 25.000 millones de euros) y buscar soluciones políticas a los problemas económicos que estábamos padeciendo y todo ello con la dudosa complicidad del regulador, nadie puede negarle al Gobierno actual la voluntad de atacar la crisis financiera desde sus raíces y la puesta a disposición de los medios para conseguirlo.

A estas alturas, tras cuatro años de profunda crisis económica y con muchos viernes, como el de ayer, cargados de medidas de dudoso éxito, lo único que podemos asegurar de la nueva reforma del sector financiero es que era la reforma necesaria. Eso y desear que sea la definitiva. Aunque esto último me temo que no está en nuestras manos.

Miguel Marín
Director de Economía y Políticas Públicas de FAES