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Un seductor inocente por Jaime Azpilicueta
Hace más de cuatro décadas que conocía a Paco, con quien me unía una estrecha amistad que comenzó cuando estrenamos «Sola en la oscuridad». Aunque me temía esta noticia, hoy me siento absolutamente triste. Paco era un profesional extraordinario. Pero, por encima de su extensísima carrera, está su trayectoria como ser humano. Se divertía trabajando, algo que es una virtud infrecuente. Siempre le vi actuar a tope, al cien por cien. Tenía un espíritu tan fuerte y una capacidad tan abrumadora para la alegría que constantemente buscaba la sonrisa cómplice y alegraba a los demás. Jamás, en estas cuatro décadas, le vi llorar. Jamás le noté un momento bajo. Ésa era la actitud de Paco frente a la vida: seguir adelante con enorme nobleza. Durante su larguísima carrera trabajó con todo el mundo, y cuando consigues éso, es fácil que de una forma u otra te surjan enemigos. Nunca fue su caso.
No soy capaz de recordar una sola vez que estuviera mal en escena porque tenía una increíble capacidad de seducción, una capacidad tan enorme porque era un seductor inocente, no explotaba sus propias posibilidades sino que se desplegaban con naturalidad. Y eso que como actor era excelente: porque fue un galán y luego un galán maduro cuando fue necesario. Fue guapo hasta el final. En «Víctor o Victoria» hizo uno de los grandes papeles de la comedia musical norteamericana en España y podría decirse que también en Europa: estaba genial, único y divertidísimo.
Hoy, con todas las cosas que me vienen a la cabeza, destacaría el ser humano que se quedaba detrás del telón. Siempre alegre, contento, contagiando a los demás.
Jaime Azpilicueta
Director de teatro
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