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Lágrimas por María José Navarro

La Razón
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Burgos es tierra de señores y morcillas, como todo el mundo sabe. Hoy, para desgracia de mi madre, gran aficionada a la morcilla de arroz, como todas las mujeres de mi familia, hablaremos de señores burgaleses. En concreto, de un señor de Sotopalacios que, agobiado por las deudas, le pegó fuego a una sucursal bancaria en un día de furia como el de aquella película de Michael Douglas. Una se pregunta cuál es el grado de desesperación que puede llevar a un señor de Burgos con un negocio de toda la vida y sin antecedentes violentos conocidos (al menos por servidora) a planear el incendio y destrucción del banco del pueblo. A una, poco fallera ya de saque, le parece mal que se vayan incendiando cosas. Eso sí, no puede evitar intentar ponerse en el pellejo de aquellos que, por desesperación y sin saber muy bien qué van a conseguir, se lanzan a hacer cosas que probablemente nunca habrían imaginado. En esta época de angustias negras color morcilla de Burgos, en la que la simpatía popular por la banca está a la altura del negro betún, una se preocupa por estos arranques de furia descontrolada, pero casi ni se sorprende. Ojalá las emociones se pudieran curar siempre con lágrimas, como las de Rod Stewart, el único ser además de la reina de Inglaterra que –como él mismo dijo– lleva más de cincuenta años con el mismo peinado. El Celtic, su equipo, le ganó al gran Barcelona y Rod Stewart, terror de las señoras y los minibares, se echó a llorar como una Magdalena. ¿Cuándo volverán los alegres días en los que nos hartemos de llorar por triunfos deportivos?