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Lo político y lo policial por Iñaki Ezkerra
Cuando un partido releva a otro en el poder, lo lógico, lo que tiene derecho a hacer y lo que se espera de él es que renueve a los cargos que son de confianza, justamente para eso, para poder confiar en ellos. En el caso de nuestra cúpula policial, esa renovación que ayer inició Ignacio Cosidó se hacía además imprescindible por toda la artillería de sombras que ha arrojado sobre ella la gestión socialista y por la clamorosa demanda de que la Policía, como tantas otras cosas en este país, se despolitice. El felipismo agonizó dinamitando la separación de poderes establecida por Montesquieu, o sea fusionando el Ministerio de Interior con el de Justicia. Y esa herencia volvió a aflorar en el zapaterismo con su abrumadora colección de misterios no resueltos que han comprometido la imagen de la cúpula policial recién destituida: el «caso Faisán», las escuchas de «Gürtel», las irregularidades en torno a todo el 11-M, la entrañable foto de la cacería de Bermejo en la que sólo faltaba un representante del Ministerio de Cultura porque aquello ya no era la consumación de la fusión de poderes sino la del átomo. Y a todo esto se añade la alargada sombra de Rubalcaba, su omnipresencia en decisiones que correspondían al Departamento de Justicia o a la Audiencia Nacional. ¿Qué no habrá intentado dejar atado y bien atado el ex ministro de Interior? Es indudable que Rubalcaba tiene virtudes, como también que la inocencia no es una de ellas. Ha hecho bien Soraya Sáenz de Santamaría en reclamar para la vicepresidencia del Gobierno el control del CNI. Uno de los grandes enigmas de la última etapa socialista reside en que, dependiendo la titularidad de ese organismo del Ministerio de Defensa, nunca nadie lo asoció con Carme Chacón. ¿Sobra el porqué?
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