Bangkok
Carta de venenos por Fernando SÁNCHEZ DRAGÓ
El paladar tiene razones que el corazón ignora. Aludo a éste en su acepción literal y a aquél en la figurada. No es la primera vez que arremeto en esta columna contra la dieta mediterránea, entelequia y, a la vez, cajón de desastre para la salud. Tiene buena prensa. Los médicos, los periodistas y los chamanes o charlatanes de la nueva era nos martillean un día sí y al otro también con la matraca de las supuestas virtudes no sólo gastronómicas, sino fisiológicas, de un menú en el que abundan más los venenos que las sustancias salutíferas. A saber quién alimenta un tópico tan infundado y qué oscuros intereses se ocultan tras la campaña de intoxicación que nos lo impone. No sé si son los médicos y los brujos quienes en este caso desinforman a los medios de información o viceversa. Unos y otros, sea como fuere, coinciden en alabar con sospechoso ahínco las bondades de algo tan agradable para las papilas gustativas y tan pernicioso para el resto del organismo como lo es la dieta mencionada, que en rigor, además, no existe, pues en ella desaguan cocinas de origen, contenido y elaboración muy diferentes. Mencionemos, sin ánimo de apurar la lista, algunos de los tósigos incluidos en tan insalubre carta: productos lácteos (leche, nata, queso, yogur, mantequilla), embutidos, carne de cerdo y de cordero, frituras, casquería, refrescos y zumos embotellados, cerveza, bollería industrial, pan de molde o elaborado con levaduras artificiales, tocino… ¿Verdura? Menos de la que sería conveniente. ¿Legumbres? Pocas. ¿Fruta? Escasa y no entre comidas, sino como postre. ¿Pescado? Sí, mucho, pero de piscifactoría, por lo general, y oriundo de uno de las mares más contaminados del planeta. ¿Algo a favor? El aceite de oliva, cuando es virgen y prensado en frío una sola vez, y el vino tinto. ¿Un consejo? Sí. Olvídense del Mediterráneo, que es agua muerta, y coman –crudo, hervido o al vapor– lo que se come en Japón y en Indochina. No hay dietas más saludables. Escribo esto en Bangkok.
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