Castilla y León
La amenaza de 1000 pirómanos
Galicia y Castilla y León son las zonas de la Península más sensibles a la acción devastadora de los incendios.
«Pirómanos hay pocos, pero sinvergüenzas hay bastantes», aseguraba esta semana el fiscal coordinador de Medio Ambiente, Antonio Vercher. Las sospechas de que el incendio de Salamanca del pasado 30 de julio, que ha arrasado cerca de 1.050 hectáreas, haya podido ser provocado deliberadamente, vuelve a poner a la sociedad en alerta sobre personas que sufren un trastorno psíquico o bien, que buscan hacer daño con el fuego.
Fuentes de la investigación de incendios en España coinciden en señalar a este periódico que los pirómanos activos son alrededor de un millar, entre los que ya fueron condenados y los que suponen una amenaza. Galicia y Castilla y León –sobre todo Zamora– son las zonas de la Península más sensibles a su acción devastadora. Oficialmente, la Fiscalía ya ha detenido en lo que va de 2010 a 85 personas por originar incendios forestales.
La primera tentación es meter a estos individuos en un mismo saco, pero no ha de ser así. Por un lado, estarían los «incendiarios», los que de forma consciente y voluntaria prenden el monte con la finalidad de que arda, para beneficiarse de algún modo o por hacer daño. Sin embargo, los pirómanos «sienten la impulsividad de provocar fuego. Saben que producen daños a terceros, pero son incapaces de controlarse. Sienten satisfacción», comenta el psiquiatra Julio Bobes, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría.
Greenpeace define al pirómano como un hombre menor de 40 años, de baja cualificación profesional, y con un trastorno de control de los impulsos asociado al consumo abusivo de alcohol, que sería responsable de casi el 3 por ciento de los incendios en España. Con todo, desde la ONG separan al pirómano del modelo «asocial conflictivo»: un joven inadaptado, con carencias afectivas y desarraigo familiar, posiblemente con antecedentes delictivos y consumidor de alcohol y drogas, que gracias al fuego desata una mezcla de venganza, rabia y llamada de atención. En general, los pirómanos «quieren ver las llamas y quedarse en los alrededores», asegura Bobes. Por eso, al final «son fácilmente identificables: necesitan quedarse cerca ».
Imprudencias
Sin embargo, «la mayoría de incendios son causados por honestos ciudadanos que hacen un uso imprudente del fuego», aclara Francisco Tejedor, portavoz de la Asociación Española de Agentes Forestales y Medioambientales (Aeafma). Con todo, señala que el abanico de pirómanos abarca desde el esquizofrénico «que no distingue el bien del mal» hasta el que provoca el fuego «sin razón lógica alguna». Así, un caso extremo de los que recuerda Tejedor es el de «un sujeto que, en pleno mes de agosto, a las 14:00 horas, y ataviado con un abrigo de lana, había acumulado un montón de papeles sobre un matorral y estaba calentándose tan tranquilo».
Pero los forestales distinguen tres tipos de pirómanos «no esquizofrénicos»: el que avisa del incendio y participa en las labores de extinción, «adquiriendo mucho protagonismo y esforzándose muy poco»; el que avisa a otra persona para que, a su vez, avise a los servicios de extinción, de tal forma que pueda «disfrutar de la belleza de las llamas», y el que acude poco después al lugar del incendio para echarle en cara a los que realizan las tareas de extinción «lo mal que están realizando su trabajo». ¿Conclusión? «En el lugar de los hechos no podemos fiarnos de nadie. Hay que oír, ver y callar», apunta Tejedor.
En cuanto a su modus operandi, los pirómanos no suelen ser reincidentes –«lo habitual es que lo dejen tras la primera detención»– y «lo más sofisticado que suelen usar es un mechero; lo excepcional es el uso de algún instrumento de retardo». Sin embargo, los agentes tienen la sensación de que «por cada pirómano de detenemos, aparece uno nuevo».
En los siete primeros meses han ardido 16.242 hectáreas
- Según datos del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino (MARM), entre el 1 de enero y el 25 de julio de este año han ardido un total de 16.242 hectáreas, frente a las 80.176 del mismo periodo del ejercicio anterior, es decir un 79,74 por ciento menos. n La superficie arrasada equivale al 0,058 por ciento del territorio español, que se quemó en dos grandes incendios (más de 500 hectáreas), frente a los 26 grandes fuegos registrados en el mismo periodo de 2009 y a los ocho de media del decenio; 2.098 incendios y 3.485 conatos (menos de 1 hectárea). n El 55,99 por ciento de los siniestros se registró en las regiones del noroeste; el 28,55 por ciento se produjo en las comunidades interiores; el 14,60 por ciento en el Mediterráneo, y el 0,86 por ciento, en Canarias. Por tipo de vegetación, 11.912 hectáreas eran de superficie matorral y monte abierto y 3.270 hectáreas de superficie arbolada. Por ámbito geográfico, el 78,07 por ciento de la superficie forestal se quemó en las regiones del noroeste; el 15,48 por ciento, en las comunidades interiores y el 6,25 por ciento en las regiones del Mediterráneo. En cuanto a la superficie arbolada, el 61,74 por ciento del total ardió en las regiones del noroeste; el 32,11 por ciento en las comunidades interiores, el 6,09 por ciento en el Mediterráneo y el 0,06 por ciento, en Canarias.
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