Barcelona

Qué vergüenza

La Razón
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Lunes, 21: españolEstoy con Del Bosque, que ve las cosas con serenidad: «El infortunio existe: es uno de los virus del fútbol». Del Bosque, por lo del «suizidio», ha empezado a ser cuestionado por los impacientes. Es verdad: en España, ¿qué celtíbero no es crítico sin causa o sin razonar la causa?, ¿qué celtíbero no es desmesurado o entonando aleluyas o jeringando sin piedad al amado prójimo?

Martes, 22: VillaBelén Esteban, a la que le deseo muchos contratos anuales de más de un millón de euros (¿por qué no?), es la demostración de que el español no admira al admirable, sino al admirado. Pero hay, menos mal, excepciones:hoy, gracias a sus dos goles a Honduras, Villa es «¡Villa España!» y «¡Maravilla!» (periódicos de Barcelona). Un ciudadano de autobús: –Pudiendo haber fichado a Villa, ¿por qué prefirió el Real Madrid al «reserva» Benzema?

Miércoles, 23: honorLa dulce Francia, como es sabido, es la torre Eiffel, la vida en rosa, Brigitte Bardot (con 18 años; hoy, ¡ay!, «luce» 74 añadas), el honor y la grandeza. Dejó rotulado un pensador galo del siglo XV: «Más valioso es un tesoro de honor que de oro». El Mundial africano ha mancillado el honor y la grandeza de Francia en la selección de fútbol, que ha quedado para desguace hecha la salvedad de dos o tres «piezas». Los periódicos parisinos de hoy le dan más trascendencia al honor ultrajado que a la barragana eurocrisis. «Ganar es siempre un honor, perder un pecado», que dijo otro galo (cristiano, se infiere) de un siglo más próximo. Sarkozy no es como esos locutores de radio (en España hay algunos) que confesando que no entienden de fútbol se creen intelectualmente superiores. «Nuevos y pobres ricos de la intelectualidad», según Cela, que jugó al fútbol de medio, pero «no triunfé porque le daba más patadas a los contrarios que al balón». Sarkozy, decía, que me he ido de él, está más furioso que nadie. «Francia es también la cultura y el honor del fútbol», ha soltado. Así es la dulce Francia cuando le mojan las orejas del honor.

Jueves, 24: vergüenza«¡Qué vergüenza!», claman los franceses. «¡Qué verguenza!», vociferan los italianos. Me temo que este Mundial de Suráfrica va a pasar a la historia como el Mundial de la vergüenza. Por eso y también por cómo han crecido los enanos (Eslovaquia y compañía) y han menguado los históricos gigantes del circo del fútbol. El ya «emérito» Marcelo Lippi, siempre elegante y señor: «Este fracaso de Italia sólo tiene un culpable: yo». El galo Raymond Doménech, en cambio, siempre ha ignorado la belleza de la palabra señorío.

Sábado, 26: pasar«Había que pasar y se ha pasado, si bien de azul que no de rojo. Objetivo cumplido. Ahora, Portugal. Si se atraviesa el Rubicón lusitano, ¿por qué no?, veo a España en semifinales; con suerte, incluso en la final. A pesar de que, en efecto, esta España –hasta hoy– no brilla como debiera, se relaja en cuanto va por delante en el marcador, imprime poca velocidad a sus acciones y hay en ella, en fin, «un algo» que genera –me genera– incertidunmbre. –¡Coño, no le veo a usted lo que se dice entusiasmado a tope! –Hombre, uno ve lo que ve y uno ve lo que no quisiera ver.