Nueva York

María Blasco: «Quiero ir a ver torear a José Tomás pero no hay entradas»

La nueva directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) ha devuelto al centro la calma que merecía tras la tormenta. El anterior director, Mariano Barbacid, anunció su renuncia del cargo hace más de un año y, desde entonces, la polémica no ha abandonado al centro. En el despacho de María Blasco una comprende que si ocurre lo improbable no hay motivo para estremecerse, ni creer en misterios. Se llama ciencia y lleva el apellido de hombres y mujeres como ella.

 
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–¿Cómo lleva una mujer acostumbrada a labores silenciosas tener tanto protagonismo?
–Es lógico que, después de un cambio de director en un centro de referencia como el CNIO, los medios queráis reflejarlo. Pero confío en que las aguas vuelvan a su cauce.

–¿Y continuar con su tarea de investigadora?
–Ocurría igual con Barbacid, y en todos los centros de investigación de élite del mundo: el director es un científico en activo, por eso yo continúo como jefa de grupo en mi trabajo.

–Tengo que preguntarle por su antecesor.
–A Barbacid le admiro como científico y como persona. Ha conseguido algo sin precedentes en este país, el CNIO está entre los mejores centros del mundo gracias a su dirección.

–Ustedes cada vez hacen más por nosotros y nosotros, menos por nuestros cuerpos.
–No creo que sea así. A pesar del estrés, las crisis, los malos hábitos alimenticios o el tabaquismo, cada vez hay más conciencia de cuidarse.

–¿Qué es lo primero que le preguntó Margarita Salas cuando se sumó a su grupo de trabajo?
–Me dijo que si quería trabajar con las manos.

–¿Tanto puede llegar a parecerse el trabajo de laboratorio al de cocinero?
–Tampoco es eso, pero sí que se trata de algo muy manual: estar en una poyata, trabajando con tubos, líquidos, algunos muy tóxicos. Por eso también llevamos guantes y bata, para evitar mancharnos. No sólo hay que pensar y diseñar experimentos, hay que ponerse a hacerlos.

–¿Qué tal cocinera es, por cierto?
–Me gusta, aunque no tengo mucho tiempo, y quizá por haber trabajado demasiado con las manos, lo último que me apetece es llegar y...

–¡Ponerse a medir centilitros de aceite!
–¡Es verdad! Los científicos tendemos a pensar que es poca precisión lo de «el ojo de buen cubero». Aunque luego te das cuenta de que la cocina es más flexible, que aunque te equivoques, puede salir algo riquísimo; algo imposible en un laboratorio.

–Y con esas manitas: ¿nada de enchufes, ebanistería o mecánica?
–¡Me temo que los únicos trabajos manuales que no se me dan mal son los del laboratorio!

–La biología molecular y alterar los genes le fascinan. ¿Dónde está la frontera ética?
–La frontera para el científico es bastante clara. Con humanos no se puede manipular genéticamente. Se puede hacer en ratones o plantas transgénicas y hay comités que evalúan y controlan. En humanos no se podrá hacer nunca.

–¿Usted cree?
–Al menos ningún científico pretenderá hacerlo.¿Un humano transgénico? Imposible. Lo que se hace es conseguir una molécula que se haga diana para el desarrollo de fármacos.

–Pero, ¿el tope dónde está?
–Siempre que se trate de curar enfermedades, los científicos no tenemos ningún tope. Aunque nosotros no decidimos. Son las farmacéuticas quienes, con nuestra información, deciden desarrollar un fármaco. Luego países y organismos reguladores deciden cuál sí y cuál no.

–Estuvo con Carol Greider en Nueva York, ¿cómo se trabaja con una premio Nobel?
–Todos los laboratorios son parecidos. La diferencia real es que yo sabía que estaba trabajando un tema nuevo: la telomerasa. Sabía que cualquier cosa que se hiciera tendría un gran impacto y todos allí «olíamos» que se cocía algo muy importante, que derivó en Premio Nobel.

–Además de la formación, ¿un científico debe tener mucho de poeta?
–Sí, la intuición es fundamental. A veces le digo a un colega: «Se me acaba de ocurrir algo», y esas intuiciones terminan funcionando. Es importante rodearte de científicos, ir a congresos...

–Y estar con gente que sepa más que uno...
–Por eso decía que me hubiera encantado que el director de este centro hubiera sido alguien nuevo y de fuera, para sumar más talento.

–¿Estamos a nivel internacional?
–Por supuesto. La diferencia con EE UU es que aquí hay menos cantidad de centros y allí cientos. En España hay menos masa de científicos, aunque su calidad es altísima.

–Entre que hay pocos centros y se cobra mal. ¿Llegamos a la fuga de cerebros?
–La carrera de un científico no se entiende, quizá porque no lo explicamos bien. Tras acabar la licenciatura, tienes cuatro años de tesis doctoral, luego, cuando te especializas, tienes que marcharte a trabajar otros cuatro años al laboratorio que esté realizando esa investigación. Por eso hay flujo hacia fuera –como ahora lo hay hacia España–. Fuga sería no poder volver...

–¿Y tenemos centros «puerto de regreso»?
–Claro. Es como decir que en el fútbol hay fuga de cerebros porque venga Ronaldo al Madrid.

–Su interés son los telómeros y la telomerasa... ¿Yo también tengo de eso?
–(Risas) No lo dudes. La telomerasa es una encima que ayuda a mantener los telómeros, que podríamos decir que son unos protectores de nuestro material genético. Sin ellos, las células no vivirían. Nacemos con una cantidad determinada que, al ir erosionándose con los años, se convierten en una de las causas del envejecimiento. Cuando una de nuestras células se convierte en tumoral, activa telomerasa que hace rejuvenecer los telómeros y forma un tumor.

–¿Llegará un momento en que sepamos atajar aquello que presumiblemente padeceremos?
–¡Ésa será la revolución de la medicina futura! Gracias a la secuenciación del genoma, combinándolo con sus factores medioambientales, podemos tener una idea del riesgo que se tiene a desarrollar una patología.

-¿Fármacos para prevenir?
–Exacto, en lugar de para paliar, para evitar. Una pastilla que te corrija los determinados niveles alterados que se tienen de tal cosa para que nunca se desarrolle la enfermedad.

–¿Cómo se descongestiona María Blasco?
–Me gusta la fotografía, la pintura, saber cómo funcionan otros mundos donde también interviene la formación, la intuición y la creación. He asistido a cursos de arte en la Fundación de Amigos de El Prado. Me gusta la montaña.

–¿Y a quién dedica sus horas de lectura?
–He leído casi toda la obra de Virginia Wolf. También me gusta mucho la poesía de Silvia Plath.

–Bipolares, ambas, por cierto.
–Muchos artistas tienen ese desorden. Hay un libro americano, «Tocados por el fuego», que se ocupa de reseñar todos los artistas bipolares.

–¿Toros?
–Me encantaría ir a ver a José Tomas, desde luego. Pero no hay forma de encontrar entradas.


María Blasco no va a poder disfrutar de muchas vacaciones, pero sí tiene muy claro dónde las va a pasar. Que no la busquen en la playa.
«Pasaré pocos días de vacaciones. Pero seguro que incluyo una escapada a la montaña para desconectar, pensar e incluso desarrollar ideas aplicables a mi trabajo. La montaña me va fenomenal, ¡debe de ser buena para mis telómeros! Intentaré estar el mayor tiempo posible con mi hijo de cuatro años e incluso me acompañará al CNIO de vez en cuando porque le encanta. Comeré poco–nunca lo hago en cantidad– y no acamparé en el monte porque para eso soy muy cómoda y prefiero mi casa o un hotel. Siempre me llevo algo de literatura inglesa (soy muy anglófila)».