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La pasión y la leña

La Razón
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Está muy extendida la idea de que las personas somos menos capaces de sentir pasión a medida que pasa el tiempo y nos hacemos mayores. Es de suponer que si se dice eso será porque se trata de un comportamiento humano fácil de observar, algo que ocurre cotidianamente a nuestro alrededor y que en algún momento nos afecta a todos. Según eso, la capacidad del ser humano para apasionarse es temporal y se extingue progresiva e inexorablemente, igual que en el atleta merman sus fuerzas hasta que se da cuenta de que ya no es competitivo y opta por retirarse. Yo no estoy de acuerdo con que las pasiones se esfuman tanto como se reduce la fortaleza física, aunque es cierto que con los años nos volvemos cómodos y preferimos trasladar a la confortable habitación de un hotel lo que antes hacíamos con nuestra pareja en el asiento de atrás del coche. Hay inconvenientes físicos que entorpecen el desarrollo de las pasiones, pero no creo en absoluto que las destruyan. Sé de hombres que todavía se apasionan con su pareja como cuando eran muchachos, aunque ahora se frenen un poco en su conducta, no porque se lo pida el pudor, sino porque a veces se resienten de su hernia discal. El problema de muchos hombres es que no se sienten atraídos por la mujer con la que llevan años conviviendo, y en consecuencia, ya no les tienta la idea de sentarse con ella en la última fila del cine, algo que sin duda harían con la vecina que tiende la ropa en el mismo patio que su mujer desde hace veinte años. También es cierto que la pasión requiere cierta costumbre de codearse con ella y la mayoría de la gente vive estancada en situaciones de convivencia en las que el entusiasmo erótico ha ido remitiendo hasta ser sustituido por la costumbre, cuando no por el deber. Pero no culpemos de eso a la edad, porque no puedo creer que esté incapacitado para la fogosidad de la pasión un tipo que es capaz de partir en una sola tarde toda la leña que va a necesitar su chimenea durante el invierno. Yo creo que el gran enemigo de la pasión es el confort y que la pérdida de entusiasmo de muchos hombres de donde viene no es de una supuesta pérdida de masculinidad, o de un deficiente riego sanguíneo, sino de una excesiva afición al sofá. Si viviesen rodeados de menos comodidades, buscarían sensaciones nuevas y tendrían una vida más apasionada. Entonces tal vez recordarían los dorados tiempos de pasión, de esperanza y de escasez, cuando por no tener sofá se acostaban con su chica y sólo de vez en cuando se levantaban de la cama para descansar.