Buenos Aires

Bocinazos por María José Navarro

El madrileño es muy dado al bocinazo, ya lo saben Vds. Yo siempre había sospechado que el madrileño andaba en el top ten mundial de tocar el claxon, y lo confirmé en un atasco en Buenos Aires. «Antes lo hacíamos, pero ya no», me dijo un taxista. «De repente nos dimos cuenta de que pitar no valía más que para molestar al vecino».

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Desde entonces me fijo en lo mucho que gusta al madrileño pegar bocinazos. Los hay que pitan al que cambia de carril para afearle el invadir sus dominios. Otros, al que tarda más de un nano-segundo en arrancar cuando el semáforo se pone en verde, o a los que van despacio mirando los números de una calle. También hay madrileños que, al volante, se convierten en estrictos defensores de la ley y pitan a todo aquél que incumple una mínima norma de tráfico. He visto a un conductor pitar a otro por no saltarse un semáforo sin venir nadie, o por pararse para que bajara la gente del autobús. También hay bocinazos justificados: bocinazos que le avisan a uno de que lleva una puerta abierta y se puede caer en una curva, bocinazos que advierten de que va uno mirando hacia el lado de la calle que no es y viene un camión de reparto a gran velocidad, bocinazos, estos últimos, que vienen la mar de bien aunque asusten al principio. Quizá por esta cosa tan madrileña, en la Puerta del Sol se lleva una semana escuchando un bocinazo general.

Puede haber sido molesto para algunos y bendito para otros, exagerado a ojos de unos cuantos y demasiado suave a ojos de otros. Pero lo que está claro es que se ha oído un bocinazo y de los gordos, con eco en muchas otras ciudades de España en las que los conductores quizá sean menos vehementes que los madrileños pero los peatones parecen igual de hartos. Al bocinazo del 15-M sí hay que reconocerle, como mínimo, que ha sido tranquilo y educado, sin alborotos, sin violencia y sin malos modos. Puede que sin propuestas todo lo concretas que unos hubieran querido, o con más propuestas de las necesarias o convenientes o sin el efecto en las urnas que otros esperaban pero ha sido un bocinazo amable. El pitido del que avisa de que algo puede ocurrir, del que adelanta que nadie debe dormirse al volante, del que pega un grito para alertar de que algo está ocurriendo en la acera. Se puede mirar hacia otro lado, claro, o se puede mirar con desprecio. Yo prefiero prestar atención.