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Joaquín Zuazo: «En Burundi los políticos y los pobres rezan juntos»

Joaquín dejó un buen empleo en Madrid para ayudar en África

Joaquín Zuazo / Misionero en África
Joaquín Zuazo / Misionero en Áfricalarazon

MADRID- En Madrid gozaba de una vida cómoda y divertida. Tenía muchos amigos, miles de planes y un buen empleo. Trabajaba organizando eventos y fiestas privadas. Tras un viaje a África, en enero de 2008, Joaquín Zuazo decidió dejarlo todo e irse de voluntario a Burundi con los Padres de Schoenstatt para dar su vida a los demás. En su blog, unvoluntarioenburundi.blogspot.com, relata su día a día como voluntario.–¿Por qué se hizo misionero?–Tenía una vida alejada de Dios. En enero de 2005 fui a unas misiones con la juventud de Schoenstatt. Fui a la aventura, sin conocer a nadie, sin conocer a Dios, y en una exposición del Santísimo tuve una conversión muy fuerte. A raíz de ahí, el voluntariado que ya hacía empezó a tomar otro carisma, otro sentido. Esto fue lo que me llevó a ir a África por primera vez, a conocer e intentar ayudar en lo que se pudiera.–¿Qué diferencia hay entre un misionero y un voluntario de una ONG?–A priori no hay gran diferencia, pero visto con detalle yo creo que lo característico de los misioneros es la motivación religiosa con la que cuentan. Con esto no quiero decir que muchos voluntarios no la tengan también, pero los misioneros confian en Dios, se abandonan en él. Los dos esperan dar sin recibir nada a cambio, pero el carisma del misionero es más profundo. –¿Seguiría hoy en África si no tuviera fe?–No lo sé. Trabajar en África no es fácil, sobre todo cuando te enfrentas a un proyecto y te encuentras con muchas, muchas dificultades. Sin fe, en algún momento dado yo habría abandonado, sobre todo los primeros seis meses, que fueron muy duros. La gente me decía, vuélvete no pasa nada.–¿Se da el caso de que la cultura local aprecie la venganza y en cambio la gente perdone por su fe?–No sé si la cultura local aprecia la venganza o no, porque hasta ahora yo no he tenido una experiencia de venganza. Desde su independencia, Burundi no ha tenido más de diez años de paz y sí que ves experiencias de profundo perdón. Es muy espectacular celebrar la eucaristía en Monte Sión, donde yo vivo. A la misa de nueve del domingo asisten 4.000 personas, desde vicepresidentes, algún que otro ministro, ex ministros, ex presidentes, hasta la gente más pobre, todos ahí rezando juntos y pidiendo perdón.–¿Conoce alguna historia de conversión que le haya impactado en su experiencia en África?–Sí. Me acuerdo de una chica burundesa que nos contó que había presenciado cómo mataron a sus hermanos y a sus padres y de verdad ella te dice que ha perdonado y que reza por esas personas que han matado a su familia.–¿Qué le ha hecho llorar?–La desesperación de querer hacer muchas cosas y encontrarte con mil barreras que no puedes superar… Me acuerdo de cuando un joven llamado Kagabo se puso enfermo y no podíamos hacer nada por él, mientras que en España se hubiera solucionado enseguida.–¿Qué cosas ve que le den esperanza?–Las ganas de salir adelante y de luchar en la juventud. En mi grupo de amigos está mezclada gente de las dos etnias. El ver que en la juventud hay chicos cuya novia es de una etnia y ellos son de otra. –¿Qué siente cuando visita España?–Hay cosas que te chocan, estamos un poco perdidos. Pero hay que saber valorar que son dos mundos diferentes, con problemas diferentes que no se pueden extrapolar. Ni el modelo europeo es el mejor ni lo es tampoco el modelo africano. En África, la gente es más feliz pero tiene muchas carencias. Igual que Europa tiene que enseñar mucho a África, África tiene que enseñar mucho a Europa.–¿Por qué diría que en África son más felices?–Porque lo ves en la gente, está alegre. Vas por la calle y ves más sonrisas. No es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita. En África la gente necesita mucho menos para ser feliz. Encuentran la felicidad en la familia, en Dios, en pequeñas alegrías de la vida diaria.