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Rojos pañuelos por Alfonso Ussía
El escritor Paco Reyero, como buen andaluz, huye de enturbiar la imagen romántica de los bandoleros serranos con la golfería cutre de la Junta de Andalucía. A los bandoleros los cantó como nadie Fernando Villalón, el poeta de las marismas, ganadero, quiromántico, primo de Manuel Halcón y marqués. Nada menos que de Miraflores de los Ángeles, que sólo pronunciado suena a poesía.
Villalón, según narra Manolo Halcón en su formidable retrato del admirado pariente, fue amigo y protector de «Pernales», un bandolero de raigambre, que de cuando en cuando se presentaba en Morón de la Frontera en busca del amparo del poeta para despistar a la Guardia Civil. En aquellos tiempos, la Benemérita podía sospechar de todo, menos que «Pernales» se refugiara en el cortijo de unos marqueses de tronío alzado.
El bandolerismo, que fue cruel y despiadado, nace en buena parte del patriotismo resistente. Estamos celebrando el Segundo Centenario de la Constitución de Cádiz, aquella que traicionó Fernando VII, como otras tantas cosas. Francia ocupaba España y hubo bandoleros que cabalgaron por las sierras andaluzas por el odio al francés. No se entendería de otra forma la imagen romántica que conservan a pesar de sus crueldades, porque lo de robar al rico para dárselo al pobre suena muy bien, pero es falso. Eso sí, los bandoleros se jugaban el tipo y el cuello en sus enfrentamientos con el orden español y francés, y no robaban en los despachos de las arcas de todos con el permiso de sus gobernantes. Un buen andaluz comprende al bandolero, y aún canta sus gestas, y aborrece del sinvergüenza que se enriquece con el disfraz de amigo del pueblo. Andalucía crea poesía de todo, porque su paisaje, su lenguaje, su toponimia y su talento es poesía en sí misma, sin precisar de métrica ni rima. De ahí su tristeza actual. Con estos mangantes, Andalucía ha perdido hasta la poesía.
Nada que ver con los «Siete Niños» de Écija, cantados por Villalón. El capitán, Luis de Vargas, «Tragabuches», Juan Repiso, «Satanás», «Malafacha», José Candio y «El Cencerro», que bajaban de los alcores del Viso con las hembras a las ancas. «Catites, rojos pañuelos/ patillas de boca de hacha,/ ellas navaja en la liga, / ellos la faca en la faja,/ ellas la Arabia en los ojos,/ ellos el alma a la espalda,/ por los alcores del Viso/ siete bandoleros bajan».
En Sierra Morena, de Andújar hacia arriba superando les dehesas del Horcajuelo, en la sierra de Sevilla, en la de Córdoba, en la de Cádiz, en los infinitos alcornocales de la Almoraima, todavía se distinguen las sombras, ya endulzadas por los tiempos pasados, de los viejos bandoleros.
Precisamente en Sierra Morena, con la Virgen de la Cabeza en la cumbre, honor y sacrificio de la heroica Guardia Civil, se reúne la memoria del romanticismo serrano. Pero hoy no es posible encontrar la belleza de las leyendas, por mentirosas que se hayan vuelto de boca en boca y de siglo en siglo. Se acabaron los paisajes del mito bandolero. Hoy, el bandolerismo se reúne encorbatado en el viejo palacio del duque de Montpensier. De ahí salen los ERES falsos, las fortunas súbitas, los derroches del dinero público, y como se ha demostrado, también las comilonas, las copas, las putas y la cocaína. Andalucía no puede sentirse feliz con ese paisaje emborronado, esa nube de corrupción, ese sistema de intereses y componendas a espaldas de sus gentes. De los bandoleros de Villalón, nada queda en Andalucía que recuerde los catites y las patillas de boca de hacha. Sí, tan sólo, los rojos pañuelos. Los rojísimos pañuelos del desastre socialista.
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