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El grandioso despertar de Román
Valencia. Cuarta de la Feria de Fallas. Se lidiaron novillos de El Parralejo, bien presentados. El 3º, gran novillo, premiado con la vuelta al ruedo, al igual que el 4º, muy bravo. Descoordinado, el 1º; sin rematar, el 2º; manso pero dejándose, el 5º; noble sin entrega, el 6º. Un cuarto de entrada.- Conchi Ríos, de lila y oro, pinchazo, bajonazo (silencio); pinchazo, estocada, aviso (oreja).- Fernando Adrián, de verde manzana y oro, dos pinchazos, estocada, aviso (vuelta al ruedo); estocada caída (vuelta al ruedo).- Román, de rosa y oro, estocada, aviso (oreja); estocada tendida (vuelta al ruedo).
Román nos cautivó desde el principio, aunque todavía no éramos conscientes. Ya en el quite que hizo al segundo de la tarde dejó entrever que tiene madera de torero. Y da que pensar al echar cuentas a su bagaje: tan sólo una novillada a las espaldas. Tan poco para tanto. Valenciano, de la tierra, y con los 18 años cumplidos. No es que solventara. No es que se jugara la vida como si no hubiera mañana. Román sorprendió y deleitó. El misterio: torear. Con facilidad, sin esfuerzo, movió el capote con cadencia con el tercero de la tarde. «Vejado», quédense con el nombre, porque fue un regalo de El Parralejo para el toreo. Un cara y cruz suelen llevar los toros buenos. Y Román llevaba escrito en las palmas de las manos que lo suyo iba a ser el triunfo. El milagro de ilusionar. De volver a creer en el porvenir de la Fiesta. La rotundidad presidió toda su labor. La profundidad de un novillero apenas rodado con una tauromaquia plagada de matices. Rica. Honda. Inteligente. Toreó perfecto con la derecha, sin perder pasos entre pase y pase. Un aplomo que encontró en la extraordinaria embestida del novillo la grandeza de la ligazón y el toreo que pone de acuerdo a todos. Lo cuajó, así sin fisuras y cuando el motor del toro perdió fuelle, pulseó Román, sobrado, templado, alargando el viaje, soñando con lo que quiere ser, al ralentí encadenó muletazos. Soberbio por naturales. Y, lo mejor, había dejado una preciosa faena sin dejarse arrastrar por el vulgar recurso tan de moda de los redondos y circulares. Se perfiló en la suerte suprema y se tiró con todo: a ciegas. En un tú a tú repleto de verdad. Salió trastabillado, pero prendió una estocada de lento efecto. El presidente le concedió un trofeo que debieron ser dos. Clarísimo. Sensibilidad para las ocasiones importantes. Y más con un novillero. Y el novillo, «Vejado», decíamos, resultó premiado con la vuelta al ruedo.
Salió justo después «Brevito» para disputarse el premio al novillo bravo de la tarde. Qué manera de embestir más codiciosa, entregado, roto a humillar, sin levantar el hocico de la arena, con alegría, galopando... Una delicia de El Parralejo. Otro regalo para las emociones. Les adelanto que se le premió con una merecida vuelta al ruedo en el arrastre. Le tocó en suerte a Conchi Ríos, que hizo una faena ligada, templada y llevando mucho al novillo. Muy correcto todo, pero la calidad del novillo erigía la faena en un duelo de calidades. Su primero se estropeó durante la lidia y aquella quedó en poca cosa. Fernando Adrián se mostró muy firme, seguro y poderoso con el segundo, que se dejaba pero sin rematar el viaje. En la misma línea con el quinto, manso pero con faena.
La tarde era de Román. Y aunque el sexto no ayudó para desatar de nuevo las emociones, todavía pululaba en el ambiente la magia del tercero. El grandioso despertar de Román, a secas. Para no perderle de vista. Y dos grandes novillos de El Parralejo. Así, la Fiesta no deja indiferente a nadie.
A la antigua usanza
«¿Quieres matar al segundo con apoderados?», se le acercó Santiago López a Román nada más doblar el primero de sus novillos. «Te apoderamos Simón Casas y yo», añadió después de que el joven valenciano diera el «sí». En su segunda novillada, Román, que buscaba «encontrar apoderados y arreglar la temporada», veía cumplido su objetivo con un punto de romanticismo a la antigua.
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