Ciclismo

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Tormenta de Nieve

El Val di Fassa, colosal como pocos, con sus tremebundas paredes verticales, rocas dolomíticas que llegan hasta el cielo, no cabe en una fotografía. Hay que patearlo, subirlo y pasearlo. Disfrutarlo. Difícil hacerlo en bicicleta, en las más de siete horas que duró la jornada, eterno sufrimiento.

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Difícil en este Giro y más aún en esta etapa, cinco puertos en 230 kilómetros, 6.100 metros de desnivel y difícil, mucho con Contador atacante incluso cuando el segundo, que tras el Zoncolán era Nibali, estaba a tres minutos y veinte segundos. Un martirio también para Mikel Nieve, 26 años retorcidos en una pedalada moribunda y doliente. Expiraba el navarro las últimas pedaladas sobre el muro de piedra que conformaba su consagración falleciente, la de la victoria en la etapa con más puertos de la historia del Giro, donde no pudo ni levantar los brazos. «He llegado muerto». Aún una hora después, ramo de flores en mano y besos de carmín cristalizados en su rostro, lo seguía diciendo.

Mikel es un chaval al que le gusta romper las reglas, ser primero en todo. Es de Leitza, un pueblo donde los niños al nacer, en vez de pan lo hacen con una pelota bajo el brazo. De allí son Abel Barriola y Bengoetxea VI. Ilustres. Él tiró al campo, pero no al de las ovejas y el caserío, propiedades todas ellas de su abuelo, pastor. Mikel se subió a los pedales para ser ciclista mientras su padre no veía el amanecer desde la fábrica y su madre cambiaba sábanas y limpiaba habitaciones en un hotel. Rompió los moldes en el pueblo de la pelota y la familia obrera arriesgó los cuartos por un sueño. Cumplido. Tampoco se empeñó con ilusión en buscar trabajo como electricista, el módulo tras el bachillerato era «porque tenía que hacer algo». Escapó de aquello. Siempre lo hace.

Igual en el Giro, bestial, una exhibición entre el Giau, la Marmolada y la agónica subida final, en el encumbramiento de la verticalidad de Val di Fassa. La llave del triunfo estuvo en el descenso de la Marmolada. Excepcional. Garzelli marchaba aún delante, muerto. El navarro recortaba segundos a cada dentellada hasta que llegó a su posición. Ni lo miró. Adelante, a por la gloria. Por allí, por la Marmolada pasó Contador delante. No quería sustos. Nibali ya le había atacado en el Giau. Loco. No sabe cómo hacerlo para desbancar al líder. Ataque de lejos en el descenso, una maravilla. Técnica y pericia sin igual la del escualo. Contador se metió en el congelador que era la etapa, lluvia y frío. Dejó marchar a Nibali, que apenas rascó una cuarentena de segundos mientras Lastras, para Arroyo y Rujano, para sí mismo, reorganizaba la persecución.

De ello se aprovechó Contador para echarle el guante, tiburón cazado con arpón. Noqueado quedó, en crisis mortecina, pues Nibali pagó los esfuerzos y en el ataque, que era consabido y de guión del madrileño, claudicó. «He visto la carrera perdida». En realidad ya la tiene. A cada paso que se acerca a Milán está más lejos de batir a Contador. Él y todos. Alberto acabó tercero, volviendo a noquear a sus rivales en la pared del Val di Fassa, plenos Dolomitas teñidos de naranja por una tempestad. La tormenta de Mikel Nieve.