Literatura

Londres

Olimpia en Londres por José María Marco

La Razón
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Hércules creó los Juegos Olímpicos para celebrar su victoria sobre Augias, que no quería pagarle lo que le debía por haberle limpiado los establos. Las grandes hazañas empiezan a veces con hechos triviales. El de las deudas, con el de los impuestos abusivos, es uno de los más comunes. En aquellos primeros juegos, hubo lo que hoy llamaríamos seis modalidades deportivas: velocidad, lucha, pugilato, carrera con cuadriga, jabalina y disco. Los seis participantes, aliados de Hércules contra el moroso, se ganaron la inmortalidad y Píndaro, grande entre los grandes de la poesía griega, celebró la hazaña en una de sus «Olímpicas».

Al nombrarlos, Píndaro no se olvidó (al menos en cuatro casos: Píndaro siempre es elegante) de citar la ciudad natal de cada uno. En otro poema, cuando compara el esfuerzo realizado por los deportistas con el que él tiene que hacer para elogiarlos, se cubre del manto de la modestia para alcanzar una diana aún más alta: «Pronunciar palabras nobles para ensalzar la patria».
Los Juegos Olímpicos de Londres han permitido comprobar, una vez más, la vigencia de ese lazo que vincula al atleta con su país. Destaca, claro está, la pasión nacional de los ingleses, pero en estos Juegos, sin duda los más cosmopolitas que se han celebrado, caben todas las banderas, todos los himnos y todos los símbolos nacionales. Cada uno celebra la suya y respeta las de los demás. La globalización, la convicción de pertenecer a una comunidad de dimensión planetaria, no impide el reconocimiento de lo que significa la propia nación.

Tampoco hay contradicción entre el esfuerzo individual y la exaltación de la nación. Al revés, gracias a la presencia de los símbolos nacionales, el esfuerzo del atleta se incorpora a algo que es inmediatamente inteligible y a lo que nadie que no tenga la sensibilidad roma o ideologizada permanece ajeno: la realidad de la nación, o de la patria, como la actualización de lo mejor de todos nosotros. Cuando los atletas se emocionan al escuchar el himno de su país, es porque en ese mismo instante su esfuerzo queda reconocido e incorporado a la naturaleza de su nación. Las deudas han quedado saldadas de sobra.

Hay quienes siguen lamentándose de una supervivencia que consideran arcaica. La idea, respetable de por sí, queda desmentida por la realidad. Quizás dentro de algún tiempo las cosas cambien, pero por ahora, el mejor fundamento de un orden mundial pacífico y tolerante siguen siendo las naciones. Primero cayó el socialismo, luego la idea de que la modernidad acabaría con la religión. Ahora llega el momento de volver a pensar la nación como lo que es, la base de nuestra civilización y una de las creaciones más sofisticadas y fecundas de la humanidad.