Historia

Historia

Planes para ahora

La Razón
La RazónLa Razón

Pensando en mis intereses personales, sería absurdo que me preocupase en serio por la situación que vivirá el mundo dentro de cincuenta años. No hago planes a tan largo plazo, entre otras razones, porque dentro de cincuenta años a lo que quede de mis ojos solo le va a afectar la composición del suelo. Tengo poco sentido de la prospección histórica. Me importa más, mucho más, lo que pueda ocurrirme esta tarde cuando salga a la calle. Se conoce que carezco del espíritu previsor que caracteriza a los grandes hombres, capaces de preocuparse por lo que ocurrirá en el mundo cuando ellos lleven cincuenta años bajo tierra. A mí lo que me inquieta es lo inmediato, lo que me espera a la vuelta de la esquina. Si fuese un santo, no dormiría pensando en cómo será dentro de un siglo el hambre en el mundo, pero como soy un tipo corriente, lo que de verdad me preocupa es saber qué habrá de cena esta noche en casa. Un error de muchos políticos es planificar el bienestar de los ciudadanos pensando en un plazo en el que los ciudadanos a los que se dirigen seguramente se habrán muerto sin conocer los beneficios de esos planes. Es algo así como retrasar la boda hasta hacerla coincidir con el divorcio. El mundo se ha llenado de políticos que hacen promesas a largo plazo cuando lo que se necesita son soluciones inmediatas. De poco sirve conocer los planes internacionales de salvación para 2050 si durante la espera el mundo se muere de asco. Mientras las lumbreras de la política diseñan la vida de dentro de medio siglo, millones de personas se preguntan si para la dieta de sus hijos será suficiente la próxima cosecha de trigo. De nada sirve planificar el negocio maderero de dentro de veinte años si las llamas devoran los bosques por nuestra incapacidad para apagar los incendios de ahora. O solucionan pronto los políticos con su inteligencia los problemas acuciantes, o, como suele ocurrir, los resolverá con su fatalidad la guerra. La Historia nos enseña que de los fracasos de una generación de economistas surgen problemas de los que por desgracia solo nos salva in extremis una promoción de generales. Aunque duela reconocerlo, de las grandes posibilidades de un hermoso edificio abandonado a veces solo nos damos cuenta mientras contemplamos sus ruinas.