Presidencia del Gobierno

La revolución pactada

La Razón
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El nuestro es un país particularmente dado a construir fantasías de las que luego no sabe cómo deshacerse. Empresa «fantasmagórica», llamó Ortega al régimen de la Restauración, y todavía va por ahí don Quijote, cargando contra los molinos de viento e inventándose muchachas para volcar su cariño… Durante la Transición se empezaron a elaborar otras fantasmagorías, quizás porque no había más remedio, de las que ahora comprendemos las consecuencias. Su núcleo fue el monopolio de la legitimidad con el que se hizo la «oposición» al franquismo. Escribo «oposición» con comillas porque en general tal oposición sólo existió en la medida en que se la necesitaba para autorizar la operación política en marcha, no porque hubiera ejercido como tal durante el régimen anterior. Así fueron surgiendo, como conejos de una chistera mágica, todo un conjunto de organizaciones que iban a configurar nuestro país… hasta ahora.Entre estas organizaciones que hubo que cebar con dinero público y medidas legislativas ad hoc, están los sindicatos llamados de clase. (Lo «de clase» es la coletilla que justificó y sigue justificando la querencia de la utopía, es decir de la infamia). Se crearon porque los políticos españoles de entonces tenían en la cabeza el modelo socialdemócrata que había triunfado en Occidente en los últimos treinta años… hasta que quebró, justamente por esos mismos años.Desde entonces los sindicatos se han convertido en uno de los grandes obstáculos al progreso de nuestro país. Están entre los principales responsables de unas tasas de paro que oscilan entre el 20, el 27 y el 40 por ciento, según tasas de edad y según regiones. Lo curioso es que los sindicatos no tienen más poder que el que se les otorga, como se ha demostrado una y otra vez en los últimos treinta años. Siempre que se les ha plantado cara, se ha conseguido doblegarlos. El último paro convocado, el de los funcionarios, así lo demuestra una vez más. Y no es que no tengan capacidad de hacer daño, aunque ellos mismos saben que una campaña de oposición dura arruinaría el poco crédito que les queda.En esto coinciden con el Gobierno, que teme sobre todo el desgaste propagandístico. Así se entiende el pacto anunciado por LA RAZÓN para escenificar una huelga general que sea al mismo tiempo en contra y a favor del Gobierno. Rasgo sublime de autoengaño al que se nos invita a los españoles, y que culminaría genialmente nuestra antigua tendencia a los retablos de maravillas. Mientras nos hundimos, se disponen a sacrificarnos a una fantasía ideológica y salvar la revolución socialista de Rodríguez Zapatero.Hay otro camino, sin embargo. Y es el de asumir las propias responsabilidades y acabar con la fantasmagoría sindical de una vez. Es probable que Rodríguez Zapatero, de atreverse a hacerlo, lograse, además de sanear la economía y la moral pública, ganar las próximas elecciones. Si no lo hace será por ceguera ideológica, es decir por pusilanimidad. Veremos quién se atreve a desmontar el tinglado éste de nuestra ya antigua farsa.