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Larguísima vida al folletín

Raúl Ruiz reivindica en «Misterios de Lisboa» el culebrón a través de este gran fresco de personajes del siglo XIX en un metraje de 272 minutos de duración, que ha arrasado en los festivales.

querido culebrón: Una escena de la película realizada por el chileno Raúl Ruiz, que dura cuatro horas y media
querido culebrón: Una escena de la película realizada por el chileno Raúl Ruiz, que dura cuatro horas y medialarazon

«Los festivales son los festivales, siempre sometidos a muchas peculiaridades. Lo sorprendente es que la película funcionara en las salas de París, donde confunden el espíritu crítico con los problemas de hígado», así se expresa el sorprendido Raúl Ruiz ante el éxito de su larguísima «Misterios de Lisboa», que también triunfó en San Sebastián, donde obtuvo el galardón al mejor director: «Había una necesidad de la que nadie se había dado cuenta, empezando por mí. Yo lo hice por nostalgia, no había intención de comercializarla». Uno intenta descubrir al otro lado del auricular una mínima inflexión de voz que denote los 70 años que está a punto de cumplir el interlocutor, pero persiste durante toda la charla el mismo timbre enérgico que al comienzo de la llamada, cuando uno pensó que aquella voz joven iba a pasarle el teléfono al entrevistado.

Contra los tres actos

Pero no, ese es Raúl Ruiz, un tipo repleto de energía del que nadie diría que sufrió un transplante durante el rodaje y al que se le acumulan los proyectos a uno y otro lado del Atlántico. Por supuesto que analizamos con detenimiento la hazaña de atreverse a colocar en el proyecto de una sala comercial 272 minutos de filme y qué tiene de desafiante recurrir al folletín en 2011: «Es una técnica narrativa del siglo XIX frente a la cada vez más rígidas normas que impone la narrativa de nuestros días. El folletín facilita crear ramas de personajes, poder abrirlo, aunque lo difícil es cerrarlo después. El género me permite usar las imágenes de la manera que más me gusta: darles más elocuencia al liberarlas de los tres actos». Queda, pues, meridianamente claro que «Misterios de Lisboa» es un plante a la convencionalidad del planteamiento, nudo y desenlace que no acabamos de superar en nuestros días. Ruiz prefiere el efecto fresco que ya empleó en «El tiempo recobrado», una de sus obras mayores.

Es más fácil que un latinoamericano se acerque a este género, pues se percibe con mucha naturalidad. Ruiz subraya que «en Brasil y en Chile, el folletín forma parte de la familia, se habla de ellos como si fueran cercanos». E invoca a McLuhan al recordar que se ha dado el caso de que los diarios dedicaran páginas a personajes de seriales como si fueran reales.
Podría haber optado por emprender esta camino artístico en su país si no se hubiera exiliado a Francia tras el alzamiento de Pinochet, pero sus inquietudes artísticas fueron por otro lado.

Y, además, con la realidad en la mano arguye que «la manera de rodar este tipo de producciones no es fácil, los actores ni siquiera tienen tiempo de aprenderse el guión».
En la adaptación de esta novela de Camilo Castelo Branco que viaja a lo largo de varias generaciones a través del siglo XIX y desde Portugal a Francia, Italia e incluso Brasil, también hay mucho de nostalgia.

Wells y Willer

«Rescato la temporalidad de aquella época, del siglo XIX, que conocí en mi infancia en el campo de Chile –comenta el realizador– que se había quedado como anclado en esa época, donde no existe trabajo durante todo el año, así que las personas asimilaban esta temporalidad e imitaban a la naturaleza». Esta concepción temporal se ve subrayada por la composición de sus encuadres, en los que siempre hay distintos planos y que provienen de su afición por la pintura china y holandesa; además, en este sentido, se declara deudor de Orson Wells y William Wyler. Recuerda que «el siglo XIX es el padre del XX, en el que llegan la más grandes catástrofes de la humanidad. Fue también la centuria de la formación del capitalismo y del romanticismo, heredero de la revolución francesa. La libertad ya casi estaba adquirida, la igualdad la lograron a punta de guillotina y la fraternidad se le quedó en el bolsillo, y ésta acabó por ser impuesta por los artistas románticos en Francia», comenta. El origen de todas las intrigas y misterios que ocurren en la Lisboa de aquel tiempo es Pedro da Silva, un huérfano que encontramos interno en un colegio y es precisamente este hecho, el de la ausencia del padre, el que se vuelve esclarecedor a la hora de explicar tanto el fragor político como el de las alcobas.

Si su visión del pasado es contemplativa, con ese ansia por recuperar la congelación del tiempo que lograron sus antepasados. La del futuro es mucho más veloz, pues no acaba de enumerar un proyecto y ya asoma por su boca otro. Le gusta alternar los grandes con las producciones minúsculas. En el próximo filmer volverá pintar un friso gigantesco de personajes que intervinieron en la Batalla de Buçaco: «Es una película de catástrofes, el éxodo y la guerra como vida cotidiana. Será un poco más abierta que "Misterios de Lisboa», es decir, un folletín pero más a la portuguesa: los destinos de los personajes no se completan, los dramas son ambiguos, no hay blancos ni negros. Hay muchas desgracias y dolor, bastante quietud contemplativa. Me he puesto así con los años», concluye. Me recuerda a mi infancia en el campo.

Para 2013, y ya con un formato mucho más experimental, tiene pensado adaptar cuentos de Hernández Soler, «un autor marginal de los cincuenta. Será una película intimista, de financiación paupérrimo. Me sirven porque lo que invento en unas películas es lo que aplico en otras».


Experto en complicarse la vida

A Raúl Ruiz no le asustan las adaptaciones; cómo le van a dar miedo si ya logró en 1999 cuajar su gran obra partiendo de un material tan denso y sugerente como el de Marcel Proust. El chileno hizo piruetas argumentales con el primer y último capítulo de la novela «El tiempo perdido»: «Por el camino de Swann» y «El tiempo» (en la imagen, una foto de la película). Nos aproxima a un Proust agonizante que recuerda su vida a través de fotos, aunque en su discurso lo mismo surgen personajes reales como algunos de su obras. La figura del narrador es clave en este filme, pero el director no cayó en la tentación de copiar literalmente ni siquiera pasajes de la obra del escritor. Ahora su ambición literaria ha ido más allá en lo literal, pues se niega a cercenar ningún periodo de la novela original: «Es maravilloso poder retratar a un personaje desde que nace y hasta que muerte y más cuando a uno le va pasando en la vida real».