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Nobel total por Sabino Méndez

Nobel total, por Sabino Méndez
Nobel total, por Sabino Méndezlarazon

Conocí a Mario Vargas Llosa hace algunos años, cuando formé parte del jurado del Premio a la Tolerancia y le otorgamos el galardón. Tuvo la gentileza de acudir a la cena de entrega, a pesar de su apretada agenda internacional y a pesar del poco fasto del evento. Vino con su esposa, Patricia, una señora peruana de mirada pausada y viva. Tuvieron un comportamiento discretísimo y me cayeron muy bien. Al principio, Vargas Llosa parecía más bajito de lo que uno esperaba, pero me di cuenta de que, cuando un tipo tiene veinte años más que tú y lo has leído desde los textos del colegio, siempre tiendes a imaginártelo como un gigante. Resultó gigantesco, en cambio, su sentido del humor. Lo tenía muy sutil, bondadoso, elegantísimo, con la perla de la chispa intelectual siempre al final. Sin mordacidad ni malevolencia. En un mundo repleto de charlatanes que nos arengan a pleno pulmón y en el que escuchar sus discursos hasta el final nos acerca tóxicamente a la crisis de apoplejía, su charla fue oxígeno puro y se metió a todo el público en el bolsillo.

Uno de los argumentos que barajamos para premiarlo era el de que, denunciando desde dentro los males de la izquierda, se había cerrado probablemente las puertas al Nobel, proclive a la socialdemocracia buenista. Esta semana fue para mí una de esas de alegría por equivocarme. Los del premio corrigieron su errática trayectoria última y se lo dieron por fin a un hombre que podría merecerlo por paz o por letras; que demostró la democracia cívica sin teorizaciones de salón, entrando en la política real cuando sintió que lo necesitaban. Con el heroico añadido de saber bien, creo yo, que los votantes lamentablemente siempre preferirán antes a los ladrones que a los poetas.