Sevilla

Tiempo detenido memoria recuperada

La patrona de la Archidiócesis recorrió el entorno de la Catedral con un cortejo presidido por primera vez por monseñor Asenjo. 

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SEVILLA- Entre el otoño de 1246 y noviembre de 1248, durante el asedio de las tropas cristianas, el rey Fernando III tuvo un sueño. Se le apareció la imagen de una Virgen. Una Virgen diferente, con un Niño entre sus piernas. Y le dijo: «Fernando, por tu piedad, te prometo que habrás de conquistar Sevilla». Miles de fieles, llegados de los recovecos de la ciudad, de las costas andaluzas y el Aljarafe –desde donde la tradición marca que las mujeres lleguen en nocturno peregrinaje–, contemplaron ayer cómo salía, puntual, a las 8:00 horas, al son del himno nacional, por la Puerta de Palos de la Catedral, la patrona de la Archidiócesis de Sevilla, con la que muchos de ellos, si no todos, llevan días soñando. En este momento, dice la tradición, la Virgen de los Reyes concede una de las tres gracias imploradas.

La ausencia de vallas facilitó que la procesión discurriera en el tiempo fijado –incluso con rapidez, a las 9:15 ya se encontraba ante el cancel de la Puerta de Palos– y sin incidencias. Fue la primera procesión de la Virgen de los Reyes presidida por monseñor Asenjo –junto al nuevo vicario general, Teodoro León, y el deán catedralicio, Francisco Ortiz–, por cuya petición participó en el cortejo un centenar de menores de 25 años, en alusión a la Jornada Mundial de la Juventud de 2011.

El llamado Rey Santo fue incapaz de describir a su séquito la imagen que soñó. Siglos después, ayer, la Virgen salió bajo su palio de tumbilla –tras oficiarse a las 5:30, las 6:00 y las 6:30 tres misas ante el paso de la patrona– con el manto de la coronación, una pieza de tisú en tonos celestes bordados en plata por el taller de Olmo siguiendo un diseño de Herminia Álvarez Udell, estrenado en 1904; con el paso a las órdenes de los Bejarano, Eduardo padre e hijo.

La procesión por las gradas bajas de la Catedral discurrió dentro de los cánones tradicionales. Los carráncanos abriendo el cortejo, seguidos de la Asociación de Fieles de Nuestra Señora de los Reyes y San Fernando, el Consejo General de Hermandades, la Hermandad del Sagrario y el Cabildo Catedral. La Banda Sinfónica de Sevilla, cómo no, interpretó, con cornetas y tambores de otras agrupaciones, la marcha Virgen de los Reyes Coronada –compuesta por José Albero en 2004–, bajo la batuta de Francisco Javier Gutiérrez Juan. La Banda comenzó, no obstante, con «Aniversario Macareno» –de José Velázquez, fallecido recientemente– y «Esperanza Divina Enfermera» –de José de la Vega, también fallecido en mayo–. No hubo honores militares, según reza en el nuevo reglamento, pero sí se realizó el habitual desfile ante la patrona antes de la recogida. A las 9:22, 28 grados, la Virgen entró en el templo, ubicándose en el altar del Jubileo, después de realizar el recorrido instaurado en 1958 por Bueno Monreal. Entonces, monseñor Asenjo ofreció la homilía estacional, tras la cual la Virgen regresó a la Capilla Real, junto al rey San Fernando; como si volviera a soñar su sueño. Porque el de la, también llamada, Virgen de Agosto es el día del tiempo detenido.

Tras la conquista de Sevilla, San Fernando instó a todos los artistas que por su corte pasaban a intentar hacer una Virgen como la que soñó. Un día, mucho tiempo después, tres jóvenes extranjeros no se sabe si vestidos de blanco o de peregrinos de Santiago, se ofrecieron a hacer la imagen soñada. Pusieron como condición trabajar en un salón en el que nadie les viera. Su comida era dejada en la puerta, pero no la retiraban. Unos días después, al abrir el portón hallaron una Virgen como la que San Fernando soñó. Nadie supo de esos artistas y los guardas aseguraron que nadie salió de allí. Se dice que tallaron la Virgen con un material que no es metal, madera o marfil ni de este mundo. El obispo don Remondo certificó que la talla era obra de tres ángeles enviados por el Señor.

La leyenda es rememorada cada año en la Festividad de la Asunción. Pasa de padres a hijos o de abuelos –con camisa blanca para este día– a nietos. Es la historia legendaria de la Virgen de los Reyes, patrona de la Archidiócesis, en sana disputa con la Virgen de la Hiniesta, patrona del Ayuntamiento, y se cuenta entre el aroma de los nardos, el silencio que impone el respeto, el murmullo de la expectación, la límpida luz de agosto y entre miles de peregrinos, que la Virgen de Agosto es un peregrinar de un solo día.

A veces, la leyenda se narra al revés, y la vuelta al tiempo en el que el repicar de las campanas –como la mañana del Domingo de Ramos, el Corpus y la Pascua de Resurrección– es el mayor sonido posible de esta Sevilla milenaria que ama y mata, a un tiempo, se cuenta de hijos a padres, con los nietos de testigos. Sucede ante unos ojos claros. La autenticidad tiene algo de anomalía, igual que hay algo oscuro en la clarividencia. Se llama Juan y calza «setentaymuchos» años. A ratos es el de siempre y a ratos vive amurallado, como si la vida sólo le sucediera de puertas adentro. Entonces, pregunta quién es y hasta cómo se llama. No es desmemoria, es alzheimer. Cuando su hijo, que, como el Rey que soñó a la Virgen, se llama Fernando, le cuenta, con la garganta palpitante y el corazón palpitando, que «de chico me traías aquí y me obligabas a ponerme pantalón corto» y «comíamos churros con chocolate después» y «buscábamos a mamá y las titas», poco importa que la Virgen que obra el milagro de la sonrisa olvidada, realmente, sea una imagen gótica, del siglo XIII, de madera de cedro articulada, y de procedencia desconocida. Da igual que, como la tradición dice –igual que la Virgen del Rocío– pueda ser un regalo de San Luis de Francia al Rey Santo. El «Fernando, conquistarás Sevilla» en forma de «Fernando, conquistarás la memoria».

El culto a la patrona prosigue hoy con la celebración de la octava, a las 8:30, en la Capilla Real. Los días 20 y 21, el segundo besamanos. El 22, se abrirá la urna con el cuerpo incorrupto de San Fernando, el rey de Sevilla que soñó a la Virgen de los Reyes para que siglos después hiciera que una sonrisa y unos ojos vidriosos se vivan como el milagro de, en un tiempo detenido, la memoria recuperada.