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Juguetes rotos por Rosetta Forner

La Razón
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La hipocresía lleva al ser humano a explotar miserablemente a sus semejantes encontrando una justificación. Muchos enarbolan la bandera de la libertad cuando ésta les sirve a sus intereses: por ejemplo, defender y justificar la explotación sexual de las mujeres. Aunque algunas se dedican voluntariamente a ello, esta suerte de «permisividad» ha llevado a que prolifere la pederastia, y a que niñas de corta edad se prostituyan por un bolso de marca. La prostitución denigra el alma de quien la ofrece y de quien la compra. Según los hindúes, los chakras –centros energéticos en nuestro cuerpo físico– se equilibran o disfuncionalizan según el tipo de energía que nos rodea y el tipo de personas con las que nos relacionamos. Al chakra que nos conecta con la energía de la madre Tierra, y es la «puerta» de nuestra entrada a éste mundo, le llaman «sagrado», por algo será. Hace unos veranos afirmé, en un programa de radio (en RNE), que si el «putiferio» fuese una práctica en armonía con el alma, las prostitutas tendrían una luz exquisita en el rostro y unas hermosas alas. Ciertamente, es todo lo contrario, pues su energía es la de las cloacas existenciales. Hubo, obviamente, a quien le disgustó mi opinión, por decirlo finamente. Somos almas viviendo una experiencia humana. Estamos ante el fin de una era que ha conseguido esclavizar al ser humano sin ponerle cadenas. Una prostituta es un juguete roto. Debemos fomentar que la mujer recupere su dignidad y aprenda a respetarse, y que el hombre se reconcilie con el ánima (aspecto femenino del alma), para que éste mundo se ponga las alas y nos demos la oportunidad de ser una verdadera humanidad.