Argentina

La gracia de Garzón por Martín Prieto

La Razón
La RazónLa Razón

Rebuscando en las televisoras iberoamericanas doy con Telefé, que retransmite a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner presentando unos muñecos de trapo con su cara y la de históricos del peronismo a 27 dólares la pieza. Estará haciendo caja sin recortes. En primera fila, con sonrisa exultante, el ubicuo ex juez Baltasar Garzón, como no podía ser de otra manera. Todos los gobiernos se toman demasiado tiempo en conceder un indulto, pero el del hombre que veía amanecer sería un muestrario de trapacerías. El indulto, salvo casos de extravagancia judicial, tiene poco que ver con la Justicia, porque es una gracia. El reo debe reconocer su delito, arrepintiéndose, y pedir la benevolencia. El ego de Garzón le impide admitir que no se debe interferir la comunicación abogado-cliente (salvo casos de flagrante terrorismo o narcotráfico organizado) y menos solicitar por tercería un trato de favor gubernamental: lo ha hecho a través de una asociación de amigos incondicionales. No es crueldad retirar una década a este carilindo de los juzgados porque es de los que se salvan de la crisis y se le da la ocasión de acceder a su ansia por ser juez universal con jurisdicción planetaria. Su amigo, el argentino Moreno Ocampo, cumple su periodo como fiscal de la Corte Penal Internacional (cargo que pretendía Garzón y perdió por no saber inglés) y hace malabarismos para llevar el departamento jurídico de la UEFA. Garzón tiene puestos huevos en la OEA y Colombia como mediador de lo irresoluble con la narcoguerrilla, y en el PRI mexicano tiene todas las puertas abiertas. En Argentina es Gardel: le darán la nacionalidad y una Secretaría de Estado de Derechos Humanos. Garzón y su familia no pasarán por Caritas pero jugando como siempre a todas las bandas, quiere también la gracia.