Badajoz

ADN canino

La Razón
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Hernani, localidad inmediata a San Sebastián, es un pueblo con suerte. Está regido por una alcaldesa batasuna, Marian Beitialarrangoitia. Un apellido casi ilimitado, como la provincia de Badajoz. Esto no es mío, sino de Enrique Jardiel Poncela en una áspera carta dirigida a Miguel Mihura acusándolo de plagiador.

«Pero ya me he cansado, Miguel. He resistido mucho y tenía que estallar. Todo tiene sus límites, hasta la provincia de Badajoz». Pues bien. Todo tiene sus límites, hasta el apellido Beitialarrangoitia. Hernani, municipio muy escorado hacia el entorno filoetarra, se ha caracterizado en los últimos años por la suciedad de las pintadas favorables a la ETA en sus plazas y calles. A la señora Beitia y tal y cual, esas pintadas no le molestaban y se opuso en diferentes ocasiones a proceder a su limpieza. Pero un golpe de luz higiénica ha zarandeado su ánimo. Ha experimentado lo que Grover Allen describió como «la ráfaga fresca del agua de Lavanda».

La historia, como todas las pequeñas historias municipales, tiene un origen doméstico. No había sentido todavía doña Marian la ráfaga fresca del agua de Lavanda. Camino del Ayuntamiento, sin apercibirse de ello, había pisado el depósito excremental de un perro. Iba a principiar el pleno, y advirtió que el resto de los concejales –sus batasunos incluidos– se tapaban las narices, ora presionando los dedos sobre sus fosas, ora abriendo sus pañuelos de bolsillo. Era ella la culpable. La prueba se hallaba en la suela de su zapato derecho. Estiércol canino, caca perruna.

En vista de ello ha obligado a todos los vecinos de Hernani dueños de perros a que se sometan a una prueba de ADN. A los perros, no a los dueños. Con esa prueba, el Ayuntamiento elaborará un banco de datos con el fin de contrastar las heces que se encuentren por la calle e identificar al vecino guarrindongo que no recoja los excrementos de su perro. Pero no desea identificar también a los que ensucian y empobrecen la estética de Hernani con asquerosas pintadas proetarras, y que huelen tan mal o peor que las cacas de los canes hernanitarras, que se debe decir así, más o menos, aunque tampoco puedo asegurarlo porque mi confidente de Hernani tiene en estos momentos el móvil fuera de cobertura.

Para mí, que la alcaldesa Beitialarrangoitia –cuya traducción literal no es otra que «situada debajo del pastizal elevado»–es un tanto caprichosa en la lucha contra las suciedades. Combate sin cuartel contra las cacas caninas, y amparo sin límites a las pintadas etarras. Doña Marian «situada debajo del pastizal elevado» tiene que ser más contundente y justa. O todo sucio, o todo limpio. No valen las medias tintas. No hay propietario de perro que esté libre de pecado. Cuando lo tuve, en más de una ocasión, dejé sin recoger sus excrementos de los alcorques que rodean los árboles de mi calle. Y se trataba de un perro educadísimo, más que su propietario, y me cuesta admitirlo. No ensuciaba en demasía un solo alcorque. Distribuía sus excrementos entre seis o siete con el objetivo de no acumular la suciedad en un espacio reducido. Y estoy plenamente de acuerdo con doña Marian. Las cacas de los perros son un asco. Los propietarios de perros tienen el deber de recoger los estiércoles. El que no lo haga no puede quejarse si es sancionado, y el ADN no miente. Todo perfecto. Pero mucho más sucias que las cacas de los perros son las pintadas a favor de una banda de terroristas. Y eso, doña Marian «situada debajo del pastizal elevado» tendría que saberlo. Lo malo es que lo sabe.