Berlín

Crecimientoy libertad por José María Marco

La Razón
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La visita de Hollande a Berlín ha permitido visualizar el actual debate entre austeridad y crecimiento como mejor medio para salir de la crisis. Frente a los recortes y los sacrificios de los alemanes, está la voluntad francesa de no resignarse y apostar por las inyecciones de dinero público. A eso se añade una clasificación política en la que los partidos de centro derecha europeo se están dejando encerrar: estos parecen apostar por la austeridad; la izquierda, en cambio, por el crecimiento. Los resultados de las elecciones en Francia, Gran Bretaña y Alemania no dejan lugar a muchas dudas de cuál es el resultado de esta estrategia.

En realidad, el debate tiene algo de artificial. Oponer crecimiento a austeridad es simplificar las cosas: no habrá crecimiento sin una política de austeridad que libere fondos y energías hacia la creación de riqueza. Desde este punto de vista, los llamamientos a la puesta en marcha de nuevos instrumentos de deuda recuerdan a las imaginativas formas de empaquetar, disimular y volver a vender las incobrables deudas hipotecarias de antes de la crisis. Tal vez asomemos un poco la cabeza… para vernos otra vez, y más pronto que tarde, en el fondo de un pozo aún más hondo.

Tampoco es de recibo afirmar la equivalencia entre crecimiento y alegrías presupuestarias. Hay otra forma de concebir las políticas de crecimiento. Antes de acudir al reparto de fondos públicos, sería interesante explorar todo aquello que supone una mayor libertad para la sociedad, las empresas y las personas a la hora de tomar sus propias decisiones: reducir la legislación y las regulaciones, privatizar la gestión y los servicios no esenciales, levantar rigideces y burocracias. Permitir que seamos más libres, en pocas palabras, y, claro está, no seguir subiendo los impuestos o al menos plantear un horizonte verosímil para bajarlos. Políticas como estas, algunas de ellas factibles de inmediato y otras realizables en el medio plazo, permitirán a la gente y a las empresas tomar aire y empezar a moverse, arriesgar e invertir, que es lo que nos hace falta.

La reforma del mercado de trabajo llevada a cabo en nuestro país es un excelente ejemplo de estas medidas encaminadas al crecimiento y no al ajuste. Otro es el pago de los ayuntamientos a sus proveedores. Hay un campo infinitamente mayor. Los estados europeos se han convertido en gigantescas máquinas de gastar. Han convertido a sus países en estructuras rígidas, anquilosadas y las han acabado paralizando en una maraña ingestionable de normas de obligado cumplimiento. Inyectar más dinero en estos monstruos fósiles no los resucitará. Empezarán a moverse otra vez cuando recuperen algún margen de libertad. No debería ser tan difícil entenderlo.