Literatura

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Nostalgia del dolor

La Razón
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Un tipo maduro al que su chica le pidió que le dijese sinceramente si la amaba contestó algo tan rotundo que supe que lo recordaría sin necesidad siquiera de apuntarlo: «¿Por qué preguntas eso? Un día me dijiste que yo era un hombre inteligente. ¿De verdad crees que un tipo como yo podría ser inteligente y sincero a la vez?». Visto desde el punto de vista de aquella mujer, un hombre podía ser ambas cosas al mismo tiempo, pero desde la óptica de un cínico como aquel, es obvio que la sinceridad es el recurso del que se valen algunos hombres inteligentes para mentir de buena fe. Visto con cinismo, una mujer puede tener la razonable sospecha de que su hombre la engaña y piensa abandonarla por otra chica, pero si antepone la dignidad a la conveniencia, no hará sino empeorar las cosas y precipitar los acontecimientos. Las chicas del arroyo saben mucho de estas cosas y las relativizan muy bien. Me dijo una de ellas de madrugada en un garito: «Aprendí a desarrollar cierto sentido práctico del dolor. Si me van mal las cosas con un hombre, procuro no averiguar la verdad si no estoy segura de que en el momento de romper haya cerca una parada de taxis». Una amiga mía que es soldado me comentó hace unos días que se había enamorado del hombre equivocado, un canalla que la hace sufrir y al que habría preferido renunciar si no fuese por lo mucho que le atrae su malicia. Como hay ocasiones en las que incluso puede uno sentir nostalgia del dolor, aunque me pidió consejo yo me limité a contarle lo que le escuché hace años a una vieja amiga con unos cuantos fracasos sentimentales en su haber: «En caso de duda hay que sopesar las circunstancias. Puede que tu chico sea un hijo de perra, pero, ¿sabes?, a veces perder a una persona es más doloroso que sufrirla». No sé en qué sentido habrá decidido mi amiga. Es algo que no me incumbe. El suyo no es un problema precisamente muy original. Hay amargura y fracaso por todas partes. Además, es mejor no meterse en estos líos. Hay seres humanos capaces de una abnegación sorprendente, como el caso de aquella muchacha que se ofreció para que su amante le dictase personalmente la carta con la que rompió con ella. A los pocos días, una amiga suya le preguntó por qué se había prestado a aquello. Y le dijo ella: «Preferí que me dictase porque tratándose de su intención y de mi letra, siempre podré dudar de la sinceridad de sus deseos y de la autenticidad de la carta».