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Revolución disfrazada por Eduardo GIL
Los «hackers» ya no son lo que eran antes. No se trata de un chaval tramando una gamberrada en un sótano. Hay una industria del crimen organizado que se dedica a la compra-venta de datos personales para llevar a cabo estafas y fraudes mediante el robo de identidad. Tras estos ataques, como el que sufrió Sony o como el que se produjo contra un banco americano, se utilizan los datos personales de los ciudadanos para llevar a cabo estafas o fraudes: abrir una cuenta bancaria a nombre de otro, contratar un servicio como una línea telefónica a nombre de la víctima, financiar la compra de un automóvil, abrir cuentas bancarias o solicitar tarjetas de crédito. Son los delitos más comunes. Independientemente de las movilizaciones de protesta, detrás del robo masivo de datos personales a empresas e instituciones –ahí está el reciente ataque a Inteco–, el objetivo es lucrarse con esa información. Existen foros en internet donde hay compraventa de datos –DNI, fecha de nacimiento, dirección postal, números de cuentas bancarias...–. Lo que más ruido mediático provoca es el ataque a las instituciones con fines reivindicativos para protestar contra el sistema. Gozan de una imagen positiva, como si fueran revolucionarios del siglo XXI. Pero hay bandas muy bien preparadas detrás de estos ataques. El robo de identidad es el delito con mayor crecimiento mundial. La víctima tiene que demostrar que no ha abierto esa cuenta, contratar a un abogado, recopilar todas las pruebas... Es un proceso muy largo. Se tarda entre tres y seis meses en solucionar el problema. La mejor solución es un seguro contra estas estafas. Y existen ayudas a la prevención, así como sistemas de alerta con el objetivo de que, si alguien solicita un crédito con tu identidad, recibas una alerta y tengas cobertura legal. Y así, poder limpiar tu nombre en internet.
Eduardo Gil
Experto de CPP en protección de identidad en internet
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