Atenas
El socialista Papandreu salva su Gobierno
El primer ministro griego, Yorgos Papandreu, descartó la convocatoria de elecciones anticipadas, tras la estrecha victoria de su partido en los comicios regionales y locales celebrados ayer y prometió seguir con las reformas económicas para reducir el enorme déficit y la deuda que lastran al país.
«Desde mañana seguimos con nuestro trabajo para crear una patria mejor y una economía sostenible para poder decidir solos, lejos de la supervisión», dijo ayer Papandreu respecto al control al que tanto el Fondo Monetario Internacional como la Unión Europea someten a Grecia tras otorgarle un crédito de 110.000 millones de euros.
Según los primeros recuentos, el Pasok de Papandreu sacaría cinco puntos de ventaja a los conservadores de Nueva Democracia y habría ganado entre siete y ocho de las trece regiones administrativas en que se divide el país. Además, se habría impuesto en las municipales en Patrás, la tercera mayor ciudad, El Pireo y Ereclion, aunque los conservadores mantienen el control de Atenas, la capital, y Salónica.
Las elecciones de ayer habían sido planteadas por el Ejecutivo como un referendo popular a su estrategia de austeridad, con recortes salariales y aumentos de impuestos, para tratar de reducir la enorme deuda del país. «No es un farol. Si pierdo el respaldo popular en las municipales convocaré elecciones generales para este mismo año». Con esta promesa, arriesgada, Papandreu, trataba de movilizar a sus partidarios. Por lo menos, a los mismos que hace un año otorgaron al partido socialista heleno una victoria aplastante sobre el centroderecha. «Nos mantenemos dedicados a salvar al país. No hay recetas mágicas y aquí estamos para continuar con los esfuerzos, que son el único camino para salvar el país y que 2011 sea el último año de recesión y que en 2013 seamos libre de la supervisión», aseguró Papandreu tras conocer los resultados.
Pero la Grecia que votó Pasok en octubre de 2009 ya no es la misma: el Gobierno de Papandreu, forzado por el FMI y la UE, ha tenido que llevar a cabo un ajuste brutal de las cuentas públicas que ha hecho retroceder al país a los niveles de bienestar de hace dos décadas. La receta ha supuesto una reducción salarial del 25% para los empleados públicos y los pensionistas, incluida la supresión de las pagas extra de Navidad y verano; una subida del IVA hasta el 23%, más impuestos a los beneficios empresariales, nuevas tasas al alcohol, tabaco y gasolina; aumento de la edad de jubilación de los 60 a los 65 años y un nuevo cálculo de pensión de jubilación que exige 40 años de cotización. Con ello se espera ahorrar 30.000 millones de euros en tres años y que la deuda no supere el 150% del Producto Interno Bruto en 2013. Hoy, está en el 140% del PIB, que comparada con la española –60% del PIB– da idea del abismo en el que habían caído las cuentas griegas. La respuesta de la población, siete huelgas generales y un centenar de paros y protestas sectoriales, con graves incidentes, no han conseguido arredrar al Gobierno, que se enfrentaba a su primer desafío electoral en las peores condiciones posibles.
De ahí que, haciendo de la necesidad virtud, el propio Papandreu hubiera presentado la cita en las urnas como un envite general, en la convicción de que el miedo a un escenario político inestable movilizara a los votantes socialistas descontentos. «La confianza en nuestro país se dispersaría en el viento y entraríamos de nuevo en una fase de desestabilización. Es mi deber subrayar este peligro, porque cualquier señal de que abandonamos la batalla nos enfrentaría a nuevas aventuras», alertaba el primer ministro unas horas antes de la apertura de las urnas. Para añadir: «Lo peor que nos podría pasar es que mandáramos la señal de que hemos dado una vuelta de 180 grados».
No era un mal cálculo: el 80% de los griegos, según los sondeos, estaba en contra de un adelanto electoral, aunque el Pasok fuera derrotado abrumadoramente. Y, además, Papandreu no había fijado cuál era el umbral de votos que le obligarían a adelantar las elecciones. Ni, por supuesto, si la enorme abstención, cercana al 45%, se podía considerar como un «voto de castigo».
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