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El fracaso de las revoluciones

La Razón
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Siendo las cosas como son (es lo que el padre justo le inculca al hijo modorro para que sea realista y vaya por buen camino) y como hay algo en mí o mis lectores que no se queda conforme con que sean como son y ni siquiera acaso se cree que de ver- dad son como son, en tal trance, ¿qué es lo que se puede hacer? Pueden los que así lo sientan juntarse y rebelarse contra el Orden. Lo que pasa es que la Historia está llena de revoluciones, y del fracaso de una tras otra, en cuanto que han venido a dar en un restablecimiento del Orden, por más que los autores, por no caer en la de-sesperación, bien ordenados co- mo ellos a su vez están, quieran disimularlo viendo en la nueva ordenación alguna herencia y por tanto un éxito parcial de la revolución pasada; y el término se ha envilecido tanto que cada día los Medios nos presentan revoluciones, no ya en política, sino en la Música o la Física. Ni es tan difícil descubrir a qué se debe ese fracaso de las revoluciones: es que, por afán realista, emplean para sus fines las mismas armas del Orden que querían derrocar, no digo ya espadas o bombas, sino la legislatura, la fe en la Persona, las de los Amos que derriben o repongan y las de la gente, sus ansias y necesidades personales, confundidas con lo que quedaba de pueblo indómito, y la fe en el futuro, en que también la revolución tiene sus fines; que es lo que lleva la revolución a su fin: «Toma el Poder», como decían los militantes de mi adolescencia, y así el Poder no cae, sino cambia de sitio y color (como también sin revoluciones tiene que cambiar para seguir lo mismo), y así la rebelión contra el Poder mismo queda asimilada, desvirtuada y muerta. Muerta, nunca del todo: sigue siendo posible luchar contra la Fe, la del Amo y la de uno mismo, por más difícil y largo que sea descreer y dejar que lo que nos queda de pueblo vivo diga «No», que es lo que sabe hacer, y que el No haga lo que pueda. La rebelión no tiene futuro: está contra el futuro; que es lo que el Capital, el Estado y la Persona bien costituida necesitan. Pero a usted o a mí, lector, ¿qué falta nos hace el futuro? «A cada día con su mal le basta»: lo dice en el Evangelio.