Grecia
La otra tragedia griega
Un hermoso recital inauguró el certamen con un homenaje al país heleno
«Nada hay más dulce que la patria de uno. Todo hombre ha visto el sol por vez primera desde su patria. También ha iniciado allí sus balbuceos y ha conocido a los dioses». Esa patria de la que habla Concha Velasco desde el escenario podría ser cualquiera. Pero, por una vez, en lugar de ir a lo universal, el teatro ha querido rendir un homenaje muy concreto a un país, Grecia. Un espacio de costas, islas y naciones que eran ciudades al que tanto deben Europa y Occidente. Con el título de «Hélade», el Festival de Mérida abría nueva etapa bajo la batuta de Jesús Cimarro tras la tormenta económica de 2011. Y lo hizo con poesía y buen gusto, en un viaje mediterráneo que durará sólo cuatro funciones y con el que el director Joan Ollé abraza a los vecinos helenos repasando, en formato de lectura teatralizada, grandes textos de su tradición escénica, pero también canciones y poesía contemporánea.
Maletas de cuero
Sus ciudadanos, viajeros de pies cansados y maletas de cuero, aparecieron el jueves en el escenario del Teatro Romano como una «troupe» de comediantes en un viaje a ninguna parte, aparcaron sus bártulos de exiliados y dejaron ver sus rostros, que eran los de José María Pou, Concha Velasco, Lluís Homar y Maribel Verdú, aunque por momentos estuviéramos ante Hécuba lamentando el final de Troya, ante Penélope tejiendo su velo, o ante el envenenado destino de Sócrates. Entrelazados, compartiendo mesas en una suerte de merendero dominado por un olivo, levantándose de una a otra, leyendo fragmentos, interpretando otros, el cuarteto demostró sus tablas, acompañados por la música de Toti Soler y las canciones de Silvia Pérez Cruz –estaba en el cartel también el violinista Malikian, pero canceló por la muerte de su padre–, enfrentándose con talento y un hermoso resultado a un estreno fraguado en dos meses para el que habían tenido sólo tres días de ensayos juntos en Mérida. El primer mes se fue en poner en pie el texto, un mosaico de referencias clásicas y modernas, de Eurípides, Sófocles y Pericles a Kavafis. En ese retrato hubo espacio para Borges, Francisco Brines, Salvador Espriu y Joan Margarit.
Avanzaba la noche y los poemas y canciones tocaban los cimientos de la democracia, el amor, la guerra, el arte... Pero ningún momento como la lectura del texto encontrado en el bolsillo de Dimitri Christopoulos, el farmacéutico que se quitó la vida de un disparo frente al Parlamento griego en abril: «No veo otra solución que poner fin a mi vida de esta forma digna antes de tener que rebuscar comida entre la basura para poder subsistir. Creo que los jóvenes sin futuro tomarán algún día las armas y colgarán boca abajo a los traidores a este país en la plaza Syntagma» decía parte de la nota. Había razones para empatizar con esta otra forma de tragedia griega. Cabe mirar al futuro teniendo en mente las palabras de Teognis de Mégara, dichas por Maribel Verdú: «La esperanza es la única diosa que aún habita entre los humanos».
La voz de la noche
El cuarteto actoral llenó titulares, pero quien acaparó aplausos fue Silvia Pérez Cruz. Voz emergente, hipnotizó con sus versiones de canciones griegas, mezclando con dulzura y misterio colores de fado y de flamenco.
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