«Perdona pero quiero casarme contigo»: Un matrimonio nada original

El fiel reflejo de la Italia berlusconiana se proyecta sobre esta secuela de «Perdona si te llamo amor» como un fantasma con ganas de guerra. Según Federico Moccia, escritor de «best sellers» y cineasta con el baile de San Vito, la patria de la Camorra es también ese lugar donde todos sus habitantes, cualquiera que sea su edad y medio de vida, tienen pisos de más de cien metros cuadrados, son amigos de la «dolce vita» y decoran un puente parisino con una petición de matrimonio iluminado en neón. Es, dirán, la imagen idealizada de una nación que saca pecho, que vende un estilo de vida que el mismo presidente de la República ha procurado internacionalizar, y que, en celuloide, es pura horterada.

La lectura política de la película no debe distraernos de su torpeza para crear un conflicto de peso. Porque, ¿son lícitas las dudas que siente Niki en los preparativos de su boda con Álex? El hecho de que nos planteemos la pregunta le hace un flaco favor a una comedia que nunca piensa en una progresión lógica del relato, que no apela al sentido común de los personajes, que se entrega al movimiento de las emociones de tapa blanda.