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La Mamma

La Razón
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Estos dí­as de agosto, en los que como mejor se está es debajo de un emparrado y con una cervecita frí­a, tendremos que aceptar que la casa de verano de nuestras madres es el mejor refugio del españolito cuarentón. Excepto Borja Thyssen, cuya madre no coincide con ninguna de las nuestras, cuya casa de verano de la madre no coincide con ninguna de las nuestras y cuyo Borja no coincide con ninguno de nosotros, hay una generación de maduritos que descansa gracias a la visita a la madre, propia o polí­tica. Las madres de este paí­s han tenido mejor o peor suerte con los ahorros y con lo que les tocó vivir, pero han sido las mejores administradoras del mundo, así­ que, casi por arte de magia, la que no tiene un apartamento en Calpe posee un ojo prodigioso para encontrar casas en el campo espaciosas y agradables, o alquila por poco dinero un chollo con sitio para todos.
A las madres no les da pereza nunca dar cabida a los hijos y a los nietos, es más: ganan en felicidad y pierden achaques, y consiguen que todo sea fácil y tranquilo, aunque suene mucha bulla y se coma todo el tiempo y a deshora. Estar con la madre de uno provoca un sueño y un descanso profundí­simo, con la convicción de que no son necesarias alarmas ni verjas, de que nada puede pasarte mientras ella está, aunque cada vez más sorda o a punto de que le implanten un marcapasos.
Me acuerdo de Jose y su madre. Jose es un prestigioso médico que le ha recetado a su madre que cambie de canal cuando salga María Antonia Iglesias, porque le dan unas subidas de tensión horrorosas. De Antonia, aficionada especialista en tenis, rodeada siempre de hijos, nietos y manguitos, que anda estos dí­as preocupada por una pequeña operación de la que saldrá dispuesta, como todos intuimos, a animar a Nadal con el í­mpetu de una adolescente enfervorizada y desatada. De Ana, mi otra mamá, hippie e hiperactiva, incansable, leí­da, viajada, culta y resistente, una mujer-roble que te convence de que ha cambiado los muebles de sitio con los ojos y sin esfuerzo.
Y de mi madre. La reconocerán porque derrapa en las curvas subida a sus zapatos MBT y porque se hace de menos siempre. Pero es la mejor. Felices dí­as en casa de la madre, chicos. Que nos duren muchos años y que sigan echándonos la bronca. Nota: prometo otro sobre padres. Celosones son, oigan.