Albacete
El jabalí y la flor por José Luis Alvite
Sobre lo ocurrido en El Salobral lo primero que se me ocurre decir es que fue el peor resultado que cabe temer cuando en una relación de pareja se juntan el candor y la experiencia, la indefensión y el instinto. De nada sirve llevarse las manos a la cabeza, como si hubiese sucedido algo inesperado. Tampoco tiene sentido que le busquemos una explicación racional al suceso, ni que esperemos por una de esas reflexiones científicas que los psicólogos suelen hacer a raíz de acontecimientos fatales que cualquiera de nosotros podríamos haber intuido y nadie sin embargo pudo evitar. En determinadas circunstancias la naturaleza humana desarrolla la sublime expresión del Arte, pero si concurren bloqueos emocionales, y si además confluye una dificultad insuperable para expresarse de otro modo, es también capaz de incubar una incontenible actitud criminal. En el caso de Albacete, un hombre maduro pierde el control de sus actos probablemente porque sus razonamientos se vieron acorralados por sus instintos, que desbordaron su lucidez y redujeron su conducta a la del naturalista que temiendo perder la autoridad sobre su granja, decide poner fin a su obra y se convierte en cazador. Cabe suponer que percibiese que la sociedad se interpondría entre él y la pobre muchacha, y entonces arremetió cegado por la furia, como el jabalí que al arrasar el sembrado se lleva por delante las flores. Por desgracia es evidente que abrirse paso a tiros es con relativa y odiosa frecuencia la actitud de la que echan mano quienes tienen problemas para avanzar con el recurso de la razón. Lo verdaderamente triste de esta historia es que la víctima sea esa niña, un ser inevitablemente inmaduro y platónico, una flor puesta por las circunstancias en la senda de los jabalíes. No fue la primera vez que ocurre algo así, ni será la última. Es triste que la principal conquista intelectual de muchos hombres sea hacerse a oscuras el nudo de la corbata.
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