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León

Carlos Robles Piquer: «Media España estuvo con Franco y luego aceptó la democracia»

A sus 87 años, con tres carreras universitarias y diversos cargos públicos, desde 1962 hasta la actualidad, Carlos Robles Piquer es, él mismo, pura historia de España.

Carlos Robles Piquer: «Media España estuvo con Franco y luego aceptó la democracia»
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A sus 87 años, con tres carreras universitarias y diversos cargos públicos, desde 1962 hasta la actualidad, Carlos Robles Piquer es, él mismo, pura historia de España. Tal vez por eso no ha querido dejar de recoger algunos de sus recuerdos y anécdotas, que no todos, en esas más de seiscientas páginas de su último libro, «Memoria de cuatro Españas. República, guerra, franquismo y democracia» (Planeta).

–Empieza su obra con el 23-F y hay quien piensa que sin aquel fatídico 23-F y sin la actuación del Rey, nuestra democracia no se hubiera consolidado.
–Probablemente. La conducta del Rey fue ejemplar y ayudó a consolidar la convicción democrática de muchos españoles que no la tenían; tampoco poseían la contraria a mi modo de ver, pero eran indiferentes en la materia. Su conducta consolidó el sentimiento democrático.

–Es importante señalar las conductas ejemplares ahora que proliferan las que no lo son, incluso en el entorno de la Casa Real, ¿no?
–Pues sí. Creo que las conductas no ejemplares son periféricas y no afectan a las conductas del eje central de la monarquía, que son los Reyes, ni al primogénito, el encargado de continuar la dinastía. Afectan lateralmente a través de una de las Infantas, que, la pobre, entiendo que no tiene la culpa de nada; pero este muchacho no está dotado de las condiciones de prudencia que hacen falta para enlazar con una dinastía monárquica, qué le vamos a hacer.

–Usted salió monárquico, como su padre, pero su hermano no lo era…
–Mi hermano era mucho mayor que yo y cuando él estudiaba a finales de los veinte y principios de los treinta había un descontento con la monarquía y los jóvenes eran republicanos, era muy raro encontrar a quien no lo fuera. Mi hermano, que nunca pasó de ahí, no fue socialista o comunista, pero sí se sentía republicano. Al final de su vida decía una frase muy graciosa: «Yo soy un republicano de Don Juan Carlos». Fue la primera vez que escuché esa expresión. Y mi hermano se la dijo al Rey, que soltó una gran carcajada. Lo cierto es que le gustó la figura de un Rey joven e innovador, que terminaba con el franquismo e introducía una vida democrática.

–Pero el Rey llegó a serlo porque Franco así lo quiso, ¿no?
–Evidentemente. Franco tuvo un poder total y, tras algunos intentos de los grupos de la izquierda, ya se sabía que había que esperar a la muerte natural.

–¿Usted era franquista?
–Sí, claro.

–¿Y además demócrata?
–Sí, claro. No tiene nada que ver. Media España ha estado con Franco y luego ha aceptado la democracia. Todos sabíamos dos cosas: que era un régimen que no se podía quitar –cuando se intentó no se consiguió– y que duraría lo que durase Franco, que no iba a heredarse a sí mismo. La teoría de un franquismo sin Franco no la creyó ninguna persona razonable… Bueno, alguno hubo, no vamos a dar nombres, pero los conocemos…

–De entre todas las actividades que desarrolló con el franquismo llama la atención la de la censura. Usted trabajaba con su cuñado, Manuel Fraga, por entonces ministro de Información y Turismo, primero como director de Información y luego de Cultura Popular y Espectáculos. Y eran los censores.
–Sí, lo éramos. Pero la censura ideológica terminó prácticamente cuando llegó la Ley de Prensa e Imprenta, la llamada «ley Fraga». Después de esa ley, como cuento en el libro, un editor, que llegaría a ser concejal socialista en un pueblo de León, presentó una antología del pensamiento marxista impecablemente bien hecha y por tanto peligrosa. Estaba todo lo discutible fuera y todo lo evidente dentro. Y a mí me pareció muy mal porque aquello era marxista leninista y nos opusimos, pero el juez decidió que el señor tenía razón y nos tuvimos que aguantar. Aquel libro se vendió mucho.

–A lo que no se opusieron, sino todo lo contrario, fue a que se publicaran libros en catalán, vasco y gallego…
–Es cierto, yo di la autorización para que se publicaran, preguntándoselo sólo a Fraga, que era el ministro. Él dijo que le parecía muy bien, que eran lenguas españolas. No le preguntamos a Franco. Lo cierto es que, por entonces, algún libro ya se publicaba en esas lenguas, pero tenían que ser anteriores a 1900, no podían ser contemporáneos, o tenían que ser ediciones de poesía muy seleccionadas previamente por los censores.

–Ya que hablamos de su cuñado, ¿es cierto que Fraga leía en diagonal?
–Mi cuñado leía a la velocidad del rayo ¡y el muy puñetero se enteraba!

–¿Era fácil trabajar con él?
–Si tenía confianza en ti delegaba mucho, pero sólo si yo le insistía. Recuerdo que un día le llevé un libro de D. José María Gil Robles, no el actual, el político. En él se contaban cosas delicadísimas de la batalla política y se hacían juicios no especialmente cariñosos para Franco, aunque desde la discreción. Yo le dije a Fraga que tenía que leerse cuatro párrafos. «¿Tú crees?», me dijo. Y se los leyó y afirmó: «Al final, lo importante es el título, ‘‘No fue posible la paz''». Era una justificación de la guerra, porque si no fue posible la paz, pues Franco no tenía la culpa…

–Hablemos de Alianza Popular. Ahí estaba usted, como siempre al lado de Fraga y fue el germen del Partido Popular, ¿no?
–Claro, es lo mismo aunque ampliado con gente significativa que se va dando cuenta de que ésa es la única posibilidad de tener en España una fuerza de centro derecha que puede dar la batalla y ganársela, como se la hemos ganado ya en tres legislaturas al partido socialista, y que España pase a ser un país como los demás, donde hay un centro derecha y un centro izquierda.

–Si le pregunto si le gusta el PP, qué me va a decir, si ha sido diputado, eurodiputado y senador popular, y además es patrono de FAES…
–Claro. Jajaja. Y además, presidí, en sucesión de Fraga, la anterior fundación, la Cánovas del Castillo, cuando él se fue a dar la batalla gallega. Y estaba no sólo por razones familiares, sino también de ideología y de convicciones.

–Y ahora es patrono de la fundación FAES, donde dicen que manda muchísimo en el PP.
–FAES es una fundación creada por Aznar en Valladolid. Cuando yo era presidente de la Cánovas y él ya presidente del partido fui a verle a su despacho para decirle algo que quizás, otros no le hubieran dicho: que no podíamos tener varias fundaciones, porque mandábamos mensajes contradictorios.

–¿Y quién la paga?
–Como todas las fundaciones, tiene unos afiliados que pagan unas cuotas y que son bastantes, porque la fundación tiene muchos seguidores, y luego tiene una subvención del Estado.

–Hay quien piensa que ninguna fundación debería tener subvención del Estado.
–Puede, pero en todos los países donde hay democracia en Europa existe un sistema de éstos. En Italia, en Alemania… Yo no creo que los partidos que gobiernan o pueden gobernar acuerden esas supresiones, para qué nos vamos a engañar. Además, las fundaciones son necesarias. Desde ellas se hace una labor de formación y de preparación. Cualquiera que pueda llegar a ser ministro, normalmente, y en nuestro partido más, tiene una licenciatura, un doctorado, unas oposiciones, ha practicado el servicio público de una u otra manera… Pero, en cambio, donde no había nada era en la base. Nadie se había preocupado de formar, por ejemplo, a los concejales de los pueblos, que tenían que convencer a sus electorados y luego hacerle frente a su oposición. Y en la Cánovas fueron miles de ciudadanos los que recibieron esos cursos en doce o catorce años.


Personal e intransferible
A una de las hijas de Carlos Robles Piquer le llaman «la rubita», como a mí. «¡Qué coincidencia, sobrina!», me dice con guasa sabiendo las muchas veces que nos han adjudicado falsamente ese parentesco. Me reciben el padre, la hija y doña Elisa Fraga Iribarne, esposa de don Carlos y hermana de don Manuel, de cuyas croquetas se habla sin cesar en el libro de su marido. Me cuentan, ambos, que la casa se les ha quedado grande ahora que se han ido sus siete hijos. «Bueno, una de ellas falleció», me dice Carlos, sin poder evitar que se le empañen los ojos mientras me invita a contemplar las fotos de sus diecisiete nietos. 56 años después, a la pareja aún le gusta ir al cine. Y leer, claro. Carlos tiene el despacho lleno de libros. De entre ellos, se queda con «La hispanidad», de Ramiro de Maeztu, «que fue un libro que a muchos de nosotros nos abrió camino y nos enseñó que España no acababa en España».


DE CERCA
«Sólo he hablado una vez con Soraya Sáez de Santamaría, pero creo que debe de ser una mujer muy ingeniosa y con mucha capacidad de trabajo. Cuando se llega al puesto al que ella ha llegado, después de haber entrado por azar en las inmediaciones de Rajoy, es porque vale mucho, no cabe duda».