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Un ejército de payasos

Los «indignados» quieren protestas «más festivas» con manifestantes disfrazados

Un ejército de payasos
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Toda generación intenta justificarse persiguiendo su propia revolución, que puede ser de cabezas finamente separadas de sus cuerpos, o de indumentarias «grunge» a falta de mejor arquitectura ideológica. Ahora también, pero debajo de los adoquines ya sólo hay una realidad virtual autocomplaciente mientras la verdad sigue instalada ahí fuera y el paro, subiendo.

El onanismo de los 140 caracteres es la mejor garantía de que la sangre revolucionaria del 15-M no llegará al río de la historia que se empeñan en finiquitar. Para engendrar revoluciones hay que luchar cuerpo a cuerpo y correr mucho delante de los grises del momento. Pero mientras unos pocos de miles convierten algunas plazas en estrafalarias acampadas de boy scouts impertinentes, la masa enfurecida prefiere subvertir el sistema desde la confortabilidad de los ordenadores de doble núcleo, cuya factura de internet pagan los padres. El enemigo en casa.

Si escuchamos el cacareo de la revolución del ADSL, nunca hubo en España tantos fascistas como hoy. ¿Cuántos? Según @estonoesDRY, «Todx el que no haga lo que le ordenamos es un fascista. Y punto». Según la facción «extremista» del 15-M, eso incluye a su portavoz y atodos los «trepas» que han dado un «golpe de estado» en el movimiento DRY. Se barrunta una limpia. Así empezó la revolución cultural maoísta y mira dónde están ahora, especulando con deuda soberana. De soberanos va la cosa.

Como jóvenes monjes tibetanos de sorprendente pelo rasta, los precursores de la democracia real a velocidad 15 megas reales mantienen entre sí interminables discusiones en Twitter que ilustran en Facebook, analizan en blogs y pintan después en pancartas de dudosa factura que no quedan tan bien como en el Photoshop pirateado. «Asamblea vinculante para todo dry de fascistas y trepas vs Reu Grupo Afín xa trabajar prop y proponerla a todos», convoca @mcmihai activando el proceloso mundo de las decisiones cooperativistas de quienes nunca han hecho una vendimia como Dios manda.

Deconstruidos en código binario por largas horas de interactuación con tarifa plana, navega sin límites la legión famélica por imperativos de la moda pincha cuando entra en off y se desvirtualizan frente a frente. La ley de la gravedad, única que no pretenden derogar, les obliga a abandonar la insoportable levedad del ser 2.0 y aguantar su propio peso mientras los antisistema se les infiltran, los extremistas se les escinden, y la Policía les saluda con la manita desde la vuelta de la esquina.

Tuvo que ser la siempre creativa Barcelona la que aportara la solución al saco de gatos con que amenazaba en convertirse el primer cumpleaños infeliz del 15-M, la enésima revolución definitiva. Los «indignats» van a crear la «clowns army», un ejército de democráticoreales disfrazados de payaso que negociarán con melancólica simpatía para evitar que nos vuelvan a dejar sin los deliciosos cafés Starbucks de inconfundible aroma fascista, y que la Policía haga un uso proporcionado de la legítima fuerza. Para eso van quedando.