Literatura

Nairobi

Mujeres en asfalto azul

La Razón
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Que yo recuerde, me he debatido siempre entre la cruda realidad y el evasivo recurso literario de aferrarme a la posibilidad de una existencia indolora e ingrávida en la que todo ocurriese de manera que nada fuese ajeno a lo que decidiesen en cada instante mi mano de escribir. Ni siquiera en los momentos de mayor desesperación me resigné a aceptar que estuviese equivocado, aun sabiendo que al circular por las carreteras reales mi imaginación estaría obligada a respetar las normas de tráfico. He cargado con unas cuantas sanciones por despreciar la imperativa realidad de las prohibiciones de estacionamiento, pero a última hora no descartaba que al despertar por la mañana, al lado de la multa del parabrisas el agente hubiese dispuesto por cuenta del ayuntamiento un sobre con el dinero para pagarla. Las mujeres que jamás me amaron ignoran que más de una vez colgaron su ropa sobre el biombo que desde siempre tengo dispuesto para ellas en la calculada penumbra de mi imaginación. Con alguna de ellas recuerdo haber bailado varias noches de noviembre en una boite del Berlín dividido sin que ninguno de nosotros hubiese estado jamás allí. ¿Recuerdas, querida Ana Gabriela Rubio, aquellos días de entretiempo en Nairobi y la noche en la que me dijiste que te fascinaba la sensación de acostarte en un país cambiante y que al despertar por la mañana fuese la de otro estado la bandera que ondease en la puerta? Fue en un tiempo en el que yo enviaba mis crónicas para un periódico de Illinois en el que me pagaban por palabras y escribía las frases justas que iba a necesitar para saldar la cuenta en recepción. Recuerdo el bochorno de la última noche que pasamos juntos en Nairobi. Estabas radiante, Ana, y el sudor le quedaba a tu piel como la sombra transparente de un mosquitero de flúor. Me dijiste que te volvías a España porque echabas de menos las flores que por primavera se encariñaban con la brisa en tu balcón de Albacete. Quise retenerte pero estaba aturdido y no acerté con la frase que deshiciese tu equipaje. Subí a la habitación del hotel, abrí la ventana de par en par y mientras te esfumabas en un taxi entre la maleza de una muchedumbre chamarilera y carnal, probé a teclear en mi máquina de escribir una carretera de asfalto azul con arcenes amarillos en la que cada curva te devolviese sin remedio a mi lado. Por desgracia para mi, tu taxi se dio más prisa que mi imaginación y no salió de mi máquina de escribir una sola curva cuya frase no llegase tarde al trazado real de la carretera. ¿Y sabes?, me gusta pensar que si te largaste de aquel hotel no fue por desinterés, por indiferencia o por cansancio, sino, lisa y llanamente, porque para redactar a una chica como tú un tipo como yo necesitaría tener la sintaxis de un escritor y los reflejos de un tenista. (A Concha Grima, por si algún día la conozco).